Paparrucha significa “tontería, estupidez, cosa insustancial y desatinada”, y más concretamente “noticia falsa y desatinada de un suceso, esparcida entre el vulgo”.
¿Define la paparrucha la política? No está claro, porque el componente de engaño no es sobresaliente en la primera, y en la segunda sí. Pero la mentira no es uniforme en política. Por ejemplo, tiene que ver con la cercanía del poder del Estado.
El Teorema de Baglini sostiene que el grado de realismo y responsabilidad de las propuestas de un partido o dirigente político es directamente proporcional a sus posibilidades de acceder al poder. Fue enunciado en 1986 por el argentino Raúl Baglini, entonces diputado de la Unión Cívica Radical.
Un economista de la Universidad de Québec, Pierre Lemieux, recordó que la escuela de la public choice nos ha sugerido que la mentira es más racional para un político que para las demás personas. Al ser los votantes “racionalmente ignorantes”, no prestamos mucha atención a la política; después de todo, no cuenta casi nada nuestro voto individual, no cambiaremos el resultado electoral con el mismo, con lo que los candidatos tenderán a mentir y a decir que los adversarios son malísimos: “si ellos ganan no podremos saber si sus adversarios son efectivamente tan malos como dicen; y como los políticos no tienen derechos de propiedad sobre sus cargos, el valor descontado de su reputación en el tiempo es muy bajo, lo que no les brinda ningún incentivo para intercambiar su credibilidad a largo plazo por victorias a corto”.
Se podría unir la paparrucha con la mentira en la política, a través del uso de “declaraciones emocionales que ignoran o rechazan la existencia de la verdad, que están más allá de la verdad”. Y ya entramos en el terreno de la posverdad, o de la corrección política, que es una forma de paparrucha. En política todo esto está a la orden del día, porque se trata de mensajes con costes reducidos: cualquier paparrucha, por definición, no puede ser refutada por los hechos, es una cosa y la contraria, es nada y es todo a la vez.
Añade el profesor Lemieux que hay que tener presente los sesgos cognitivos: “los convocados por el Gobierno para corregir las malas elecciones de los individuos cognitivamente limitados padecen los mismos sesgos cognitivos, o probablemente más, porque están resolviendo los problemas de otros en vez de los suyos. Tiene sus propios incentivos, que incluyen la ausencia de amplias pérdidas personales si sus planes para los demás salen mal. Por eso, la intervención política probablemente amplifique los sesgos cognitivos de los individuos regulados, en vez de corregirlos”.
Igual estaba Nuestro Señor Jesucristo pensando en la política cuando no le respondió a un destacado dirigente, Poncio Pilatos, que le preguntó directamente: “¿Qué es la verdad?” (Jn 18, 30).