Mariano Rajoy es autor de una de las muletillas más simpáticas de la parla política española, que es la de “hacer lo que uno crea oportuno y conveniente”. Ayer la repitió en el Congreso de los Diputados en la fallida sesión de investidura como una docena de veces. Y, efectivamente, es verdad: las personas suelen hacer lo que piensan que resulta oportuno y conveniente. Todas. Incluso Pedro Sánchez. Lo que puede suceder es que lo oportuno y conveniente no termine de estar claro. Incluso para Pedro Sánchez.
El discurso del martes de Rajoy no fue muy brillante, y quizá no habría tenido sentido que lo fuera, dada su más que previsible derrota. Su objetivo no era brillar sino colocar al PSOE en la incómoda posición de ser el responsable del bloqueo institucional. Ayer miércoles, en cambio, el presidente del Gobierno en funciones estuvo mucho mejor y, a pesar de fracasar, remató la faena en un doble sentido. Por un lado, entre él y Albert Rivera, que también estuvo bien, acorralaron a Sánchez, dejando patente que no hay razones de peso para que se niegue a facilitar el Gobierno en minoría de Rajoy. Y, por otro lado, la actuación de los demás oradores contribuyó a consolidar la imagen de que un frente popular sería un desastre.
El discurso de Sánchez fue diestro en las formas y débil en el fondo. Como si quisiera arrebatarles las banderas a los que vendrían después, navegó entre humaredas demagógicas (“recuperación justa”, 2,5 millones de niños en la pobreza) y acusó al PP de haber “despreciado” el gasto social y recortado el Estado de bienestar, lo que es claramente falso. Y no olvidó los desahucios, subrayó la palabra “laica” en educación, y denunció el aumento de los accidentes laborales –lógicamente, ni se le ocurrió ponderarlos por el número de empleados. En cuanto a la corrupción, la manipulación del Tribunal Constitucional, y el uso partidista de los medios de comunicación públicos, cualquier memorioso podría dar un respingo. Al final, hasta arremetió contra Ana Pastor, que es tan antiliberal como cualquiera del PSOE.
O del PP. Sánchez ignoró que el pacto entre PP y C’s no sólo se parece bastante al que él mismo firmó hace pocos meses, sino que comporta un apreciable aumento del gasto público, y tiene todos los ingredientes intervencionistas para seducir al socialdemócrata más pintado. La negación de la recuperación de la economía y el empleo le puso las cosas fáciles a Rajoy, que hizo lo oportuno y conveniente: repetir que no hay razones para que Sánchez fuerce unas terceras elecciones.
Hay otra alternativa, por supuesto, que es el pacto de izquierdas, y eso fue lo que se exhibió a continuación, para desasosiego del respetable. La demagogia de Sánchez empalideció cuando subió a la tribuna Pablo Iglesias, que siempre grita, como si estuviera en un mitin sin micrófonos. A poco de empezar ya despotricaba contra el Ibex 35, acusando a Rajoy y Rivera de ser esclavos de las grandes empresas, cuando la propuesta fiscal que han pactado se centra, precisamente, en subirles aún más los impuestos a las grandes empresas: su objetivo es castigar al Ibex 35. Por eso Rivera repitió varias veces lo de “no machacar con más impuestos a la clase media”: porque efectivamente quiere subirles los impuestos a las empresas, sin duda con la fantasiosa pretensión de que eso no causa ningún perjuicio a la clase media. Pero Iglesias desbarró, se desgañitó condenando a Rajoy como “marioneta gatopardiana de las elites”, y se creyó, como siempre, el más listo de la clase argumentando que, al no existir la peseta, se han devaluado los salarios, como si la depreciación del tipo de cambio no redujera típicamente los salarios reales.
Pablo Iglesias dijo que vendría con un regalo para Pedro Sánchez. Pero si su demagogia, su populismo, y su rencor guerracivilista no fueran suficientes, después vinieron grandes figuras. Alberto Garzón, el amigo de Fidel Castro, protestó contra la “oligarquía”, y terminó citando a Engels. Joan Tardá reiteró su desdén hacia la libertad y los derechos individuales, acusó al PP de que haya más muertes que nacimientos, y acuñó una nueva consigna: “no hay justicia social sin una base productiva”. Una señora de EH Bildu habló de derechos y desigualdades con una pegatina de Otegui. Y así siguiendo.
Uno podría argumentar que todos hicieron lo oportuno y conveniente para cada uno. Pero ¿lo hizo Sánchez?