La ministra de Hacienda manifestó su férrea oposición al “dogma de que el dinero de los contribuyentes donde mejor está es en sus bolsillos”. Se puede decir más alto, pero no más claro. Si el dinero de las trabajadoras no está mejor en sus bolsillos, estará mejor en otros. Como es absurdo pensar que doña María Jesús Montero está defendiendo el asalto a mano armada al viejo estilo, solo hay una forma de entender lo que dijo, y es que está propugnando la sustracción legal del dinero de las contribuyentes. Y ese escamoteo dentro de la ley solo puede adoptar una forma: los impuestos.
La señora Montero, efectivamente, reclamó que subieran los impuestos, dado que “un país que renuncia a la justicia fiscal, ahonda definitivamente en su fractura social”. No le pareció que bajar los impuestos a las trabajadoras fuera justo, ni que aumentar la desigualdad entre el poder y sus súbditos constituyera fractura alguna. Afirmó, por el contrario: “Los impuestos son la base del estado social y de derecho”. Lograr, por tanto, que las trabajadoras conserven lo que es suyo socava dicha benéfica base.
Una vez emprendida la cuesta abajo, no hay freno. La ministra llegó a sostener públicamente que “nunca” se ha demostrado que unos impuestos menores se traduzcan en un mayor estímulo económico. No es cierto, aquí una última muestra: Alberto Alesina, Carlo Favero y Francesco Giavazzi: Austerity. When it Works and When it Doesn’t, Princeton University Press, 2019.
Otra notable contradicción de la ministra de Hacienda es insistir en la subida de impuestos a la riqueza y a las empresas, en contra de lo que sucede en la Europa con la que anhela armonizarnos. Casi no hay nación que grave el patrimonio, y los países nórdicos, paradigmas de la socialdemocracia, cobran impuestos bajos sobre los beneficios empresariales y, en cambio, gravan sobremanera los salarios y el consumo.
Parece, por tanto, como editorializó Expansión, que el diagnóstico oficial es “falaz y populista”. Las empresas y los bancos no pagan aquí menos impuestos que en el resto de Europa, y sus beneficios, por cierto, no son acaparados exclusivamente por una minoría sino que “son también el ahorro de millones de pequeños accionistas”. Subir los impuestos es, por añadidura, “la mejor manera de acelerar la crisis y la destrucción de empleo”.
Pero entonces ¿qué está pasando aquí? Pues, lo peor para cualquier socialista: los ciudadanos están cansados del saqueo fiscal. La corrección política podrá tronar contra la competencia desleal y el dumping impositivo, y clamar por la justicia social y la pedagogía tributaria. Pero el terrible dogma que encoleriza a la izquierda, en palabras de la propia ministra, es que “parece que la fiscalidad a la baja es lo que está de moda”.