En 1987 el filósofo Allan David Bloom publicó The closing of the American Mind, alertando de un fenómeno grave y novedoso: la corrección política estaba arrasando en las universidades norteamericanas. Muerto en 1992, Bloom no pudo ver hasta qué punto lo que detectó entonces se ha convertido en algo mucho más extendido, represivo e intelectualmente letal.
En las universidades españolas, aunque esto no haya sido demasiado comentado en los medios de comunicación, también hay, como en Estados Unidos, departamentos que vigilan a los profesores y reciben denuncias sobre las “incorrecciones” en las que hayan podido incurrir en clase.
Los alumnos no sólo vigilan a los profesores sino que se vigilan mutuamente, para denunciar cualquier idea inconveniente; Bloom lo llamó “una mezcla de moralina y egocentrismo”. Y los profesores, los escritores, los intelectuales, no pueden decir abiertamente algo que esté en contra de los códigos del pensamiento único.
Saul Bellow anotó en el prólogo del libro que el buen escritor debería ser “inmune al ruido de la historia”. Lo malo es que si eso resulta complicado siempre, quizá lo es más en la actualidad, con la multiplicación de la capacidad comunicativa mediante las redes sociales, donde inmediatamente cualquiera puede ser crucificado por la izquierda con la etiqueta de “fascista” —algo realmente curioso y llamativo, considerando los puntos en común que enlazan al fascismo y a la misma izquierda.
Como dice Robin Harris, el antifascismo fue un señuelo de los comunistas para extender sus apoyos, y ocultar sus crímenes. Sólo en septiembre de 2017 se cambió el nombre de la Plaza de Tito en Zagreb, retirándose una placa que decía: “Plaza Mariscal Tito. Josep Broz Tito, político, líder del movimiento antifascista, presidente de la República Popular Federal de Yugoslavia, 1945-1980”.
Dice el periodista canadiense Jonathan Kay en Standpoint que si hay esperanzas es entre las personas cuya historia personal desafía las teorías unidimensionales de la persecución en la sociedad. Fue precisamente el caso de Allan David Bloom, que era judío, homosexual, e hijo de padres perseguidos por el antisemitismo europeo. Esto no le parece casual a Kay, que añade que tampoco resulta una coincidencia que muchos críticos de la ortodoxia socialdemócrata hayan sido también judíos: Richard Bernstein Alan Dershowitz, John Podhoretz, Jonah Goldberg, Andrew Breitbart, David Brooks, Christoher Hitcherns, Charles Krauthammer, William Safire y Ben Shapiro: “Desde el 11-S, en particular, han sido desproporcionadamente judíos (y a veces hombres y mujeres homosexuales) quienes más han sonado las alarmas contra la normalización del antisemitismo, la misoginia y la homofobia islamistas”.
Bloom escribió: “La verdadera comunidad humana es la comunidad de quienes buscan la verdad, de sus potenciales conocedores, de todas las personas en la medida en que anhelen saber”. Ante tanto pensamiento único, no lo olvidemos y mantengamos las mentes abiertas.