El año pasado, después de una conferencia que pronuncié en el I Congreso Nacional de Escuelas de Negocio, discutí con los asistentes sobre las pocas películas que hemos visto donde el empresario sea un héroe. Una señora, cuyo nombre siento haber olvidado, me apuntó con destreza un famoso film en el que yo no había pensado: Memorias de África. Tenía razón. La película es tan trágica, tan romántica, tan bonita, con esa música tan emocionante…que olvidamos que estamos viendo a una empresaria. Todo el negocio se le hunde, o más bien se le quema, y pierde su amor y sus bienes. Pero es una empresaria, y se declara como tal desde el principio de la película, que repite la primera línea de la novela: “I had a farm in Africa, at the foot of the Ngong Hills”.
La economía está presente a lo largo de toda esta historia, desde el matrimonio de conveniencia en 1913 entre Karen Dinesen y su amigo y pariente lejano el barón Blixen, que está en mala posición financiera y acepta el plan de casarse y emigrar al Este de África a establecer una explotación ganadera. El barón finalmente utiliza el dinero de Karen para comprar una explotación de café, de la que además no quiere ocuparse. Tras diversas vicisitudes personales, la plantación no parece rentable, y Karen se endeuda. Por fin, las cosas mejoran y hay una muy buena cosecha, y entonces es cuando un incendio devastador arrasa con la plantación y todos sus equipos y enseres. Completamente arruinada, Karen Blixen vende sus pocas pertenencias y regresa en 1931 a Dinamarca, donde se convertirá en una célebre escritora bajo el seudónimo de Isak Dinesen. Jamás volvió a África.
En noviembre de 1960 le escribió al crítico norteamericano Robert Langbaum: “I failed as a farmer and businesswoman, alas”. Tuvo mala suerte, pero fue una empresaria. En la película parece que la plantación de café era pequeña, cuando en realidad tenía más de 1.600 hectáreas, y trabajaban allí 800 empleados de la etnia Kikuyu. Tampoco se cuenta la plaga de langosta que asoló esas tierras de Kenia, ni el derrumbe en las cotizaciones del café, por la crisis de 1929.
Seguro que no había muchas mujeres empresarias en África hace un siglo. El que haya sido un fracaso en los negocios parece evidente, pero no lo es tanto. Aparte de las considerables dificultades que debió sobrellevar, y aparte de que no hay empresario sin riesgo, conviene subrayar que Karen Dinesen, a pesar de todo, obtuvo rendimientos de su vida en África. Primero, el afecto, que ella recibió y dio allí, en especial con su trágico enamorado, el cazador Denys Finch Hatton –en la vida real, como era de esperar, bastante menos estupendo que el personaje que encarna Robert Redford.
Es verdad que perdió en África todo su capital, pero regresó a Dinamarca con otro nuevo: sus experiencias, de las que brotaron después los libros y la fama.