Sospecho que con el nuevo Gobierno ingresaremos en un mundo donde la política económica vendrá marcada por una retórica que girará en torno a cuatro verbos dramáticos, solemnes y explícitos, pero también en torno a uno tan dramático como implícito, aunque tan real como la constante política universal de que los gobernantes se dedican fundamentalmente a “resolver” problemas que ellos mismos han creado.
Empecemos resumiendo los verbos explícitos en cuatro consignas: “luchar contra el déficit”, “salvar las pensiones”, “profundizar las reformas”, y, por fin, el cuarto verbo, que se integra en cada uno de los tres casos anteriores, es: “pactar con otros partidos”.
El déficit público, tan antiguo como los propios Estados, no es una tragedia natural, no es un terremoto: es provocado deliberadamente por los propios gobernantes, que gastan más de lo que ingresan. Una vez alcanzados determinados umbrales, que pueden estar marcados por el coste y la disponibilidad de la financiación interior y exterior, pero también por restricciones políticas, como las normas de la Unión Europea, el desequilibrio ha de ser contenido.
La forma que adopta esa contención es un puro cálculo político. Enfrentado a la necesidad de reducir el déficit, el gobernante ignora las necesidades y preferencias de sus súbditos, y elige la combinación de más impuestos y menos gasto que le resulte más conveniente a él, es decir, la combinación que le produzca el mejor resultado de sumar los beneficios políticos y restar los costes políticos asociados con cada alternativa. Por eso Rajoy, quebrantando sus promesas pre-electorales, decidió, tras su acceso a la Moncloa en 2011, perpetrar la mayor subida de impuestos de la historia de España. Lo hizo porque creyó que las demás alternativas, centradas en recortar de verdad el gasto público, le habrían infligido un coste político más abultado.
¿Qué pasará ahora? Pues la patita ya está enseñada, y fue la subida del Impuesto de Sociedades; ya veremos si no sube también el IRPF u otros.
Lo de “salvar las pensiones” es igualmente inquietante, porque todo indica que los políticos españoles no van a apostar en ningún caso por la solución liberal, que sería devolver a los trabajadores la propiedad de su pensión, usurpada por los poderosos, y que es la solución que millones de trabajadores ya han escogido por su cuenta en nuestro país, al haber suscrito planes privados de pensiones.
Al mantenerse la Seguridad Social y el sistema de reparto, dada la situación demográfica, las autoridades, como en el caso del déficit, intentarán probablemente evitar su propia deslegitimación, optando por la combinación de freno a las prestaciones y subida de los ingresos que les resulte menos costosa políticamente. Y en este caso también han enseñado la patita, con la sugerencia de que algunas pensiones más sean sufragadas con impuestos y no con cotizaciones, o con el “destope” de éstas. También aparecerá en este caso el ingrediente del pacto, que veremos en seguida, y también por razones de interés político.
El tercer verbo, “reformar”, será conjugado en análogas condiciones, y el poder procederá con toda suerte de cautelas y apaños en busca de la mayor legitimación política posible, tanto en el caso de la financiación autonómica como en el de la reforma laboral.
Los tres verbos, asimismo, como hemos dicho, habrán de integrarse en el cuarto, “pactar”, que será un verbo determinante, pero no sólo por la peculiar fragmentación del Parlamento sino porque en política los acuerdos buscan minimizar los costes políticos para los que los firman, y que jamás son los que hacen frente a sus costes económicos.
Las señales de estos pactos empezaron antes de la sesión de investidura, y quedaron más claras durante esta última. Rajoy, sugiriendo que puede convocar elecciones como se le pongan farrucos (por ejemplo, tumbándole los Presupuestos), insistió en que no renunciará a sus principios, que son cualquier cosa menos diáfanos; Ciudadanos aclaró que habría que aceptar los suyos, ídem de ídem; y los socialistas le dijeron al presidente: “tendrá que convencernos”. Nadie pronunció ni una sola palabra de bajar los impuestos, que es algo que la inmensa mayoría de los ciudadanos desea. Todos los políticos de todos los partidos, empezando por Rajoy, cantaron las loas del gasto público, y el candidato afirmó que con más actividad habrá más recursos para aumentar dicho gasto.
La actividad ha marchado a buen ritmo en este año desgobernado, pero podría frenarse, y no sólo por las amenazas exteriores que nos rodean, sino por una interior, derivada de la situación política. El pactar, junto con luchar, salvar, y reformar, puede tener un desenlace concretado en el quinto verbo, ese verbo dramático e implícito, pero dolorosamente real, y que apunta al destino esquivo que ensombrece el horizonte del pueblo soberano. El verbo “pagar”.