William Dyer Grampp, que murió en Chicago el pasado 30 de agosto, a los 105 años, fue un gran historiador del liberalismo y un gran liberal.
Despejó la asociación simplista entre el mercantilismo y una batería de ideas sistemáticamente contrarias al libre mercado: ni los mercantilistas fueron tan antiliberales, ni los clásicos tan liberales. En su libro The Manchester School of Economics, de 1960, señaló que ya en tiempos de Cobden y Bright se abrió paso la idea (que está canónicamente presentada en los Principios de Mill) de que liberalismo equivale a libre comercio pero no necesariamente al rechazo del intervencionismo estatal. Esta idea se revelaría perdurable, hasta nuestros días.
Grampp, que creía en el poder de las doctrinas, demostró que cuando los políticos británicos, de los dos partidos, establecieron el libre comercio, no lo hicieron fundamentalmente por presiones del mundo de los negocios, aunque las hubo, sino porque se convencieron de que el mercado libre, que los economistas clásicos venían recomendando desde Adam Smith, era mejor para la prosperidad de la mayoría de la población.
Grampp fue liberal desde temprano. Ya en la treintena subrayó las debilidades fundamentales de la socialdemocracia, que no consigue sus benéficos objetivos teóricos, y en la práctica quebranta la libertad y las instituciones sociales sobre las que la libertad descansa, como la familia.
Y lo fue hasta una edad provecta. En 1980 se retiró formalmente de la docencia, pero de la investigación no, e incluso se lanzó a un campo nuevo, donde también llamó la atención, concitando no pocas fobias. A finales de esa década publicó Pricing the priceless, donde estudió la economía del mundo de la cultura, del arte y de los artistas, supuestamente apartados de la fría lógica de la ciencia lúgubre, probando que no lo están en absoluto.
Joseph Persky, su colega en la Universidad de Illinois en Chicago, afirmó que Grampp disfrutaba debatiendo. Soy testigo de que era así, porque tuve el placer de conocer a Bill Grampp. Me honró invitándome a un seminario del Liberty Fund en Niza a comienzos de los noventa. Allí conocí a Alan Peacock, con quien también mantuve contacto después, a raíz de la traducción de su libro Elección Pública para Alianza Editorial, que generosamente prologó—más tarde escribió una amable nota para An Eponymous Dictionary of Economics, que coeditamos con Julio Segura. Tanto Peacock como Grampp eran liberales, pero yo recuerdo a Bill persiguiendo a Alan en los descansos del seminario para presentarle un nuevo argumento en contra de la intervención del Estado en la lotería, aunque recaudase fondos que se destinaran a una finalidad plausible, como el respaldo financiero a las artes.
Descanse en paz, William D. Grampp, espejo de economistas, historiadores, y liberales.