Una estratagema anticapitalista clásica es atacar la economía de mercado pretendiendo defenderla. El ardid es antiguo, resurgió con la caída del Muro, y se fortalece, como cabía esperar, en momentos críticos: el colapso de 2007, el coronavirus, y ahora la guerra. El resumen del reestreno anticapitalista es: seamos liberales, de acuerdo, pero sensatos. En esta pretendida sensatez cabe señalar cinco trucos.
El primero, y más reciente, es el empleo de la guerra en Ucrania como argumento para justificar el aumento del gasto público en defensa. Así, los otrora pacifistas de la izquierda nos aleccionan sobre la obvia necesidad de dicho aumento: ¡si hasta lo promueve el socialdemócrata Olaf Scholz! La trampa estriba en considerar petrificadas las demás partidas del gasto, e ignorar a quienes lo pagan en su conjunto. Un mínimo de respeto a los contribuyentes podría llevar a considerar siquiera la posibilidad de que no juzguen necesario aumentar la presión fiscal que padecen.
La segunda treta es el calamar centropoide. Consiste en llenarlo todo de tinta y recomendar siempre el punto medio, ignorando que su virtud depende críticamente de equidistar de extremos análogamente viciosos. Nos dicen: no somos (ya) de Marx, pero tampoco de Mises; hemos redescubierto a Karl Polanyi; no queremos (ya) ser como Cuba o Venezuela, pero tampoco queremos ser capitalistas: nos refugiamos en el paraíso nórdico –sin mencionar, claro, su mercado abierto y su despido libre. Otra variante de este bulo es solapar lo público y lo privado, alegando que la ciencia no ha determinado quién es mejor, y que lo prudente es ir caso por caso, empíricamente, como si la libertad fuera una cuestión técnica, y como si no importara que el pueblo conserve lo que es suyo, o no.
El tercer artificio, y el más cochambroso, es la incapacidad a la hora de reconocer que el antiliberalismo monetario y fiscal guarda relación con las crisis económicas. Siempre son atribuidas a la libertad, eso es lo moderno y sensato.
La cuarta triquiñuela es ampararse en los “no sospechosos”. Cansinos resultan ya de tanto repetir que hay que subir los impuestos porque así lo recomiendan los organismos internacionales o la prensa internacional, como si fueran oráculos, o liberales irredentos.
Por fin, el quinto truco es asimilar el liberalismo con los extremos, con el populismo, con negacionismos variopintos, con el radicalismo, etc. De hecho, proclaman que el liberalismo no es liberal. Lo verdaderamente liberal es, por volver al principio, el centropoidismo. El mercado está bien, pero debemos subir los impuestos para neutralizar sus peores efectos. El capitalismo está bien, pero debemos subir los impuestos para arreglar la desigualdad, la contaminación, etc. En suma, se nos predica la supuesta sensatez de defender la libertad defendiendo la coacción.