Leyendo el delicioso libro de Dennis Rasmussen, The Infidel and the Professor (traducción española en Arpa), que estudia la amistad entre David Hume y Adam Smith, me gustó cómo define el liberalismo de ambos.
El liberalismo es en ocasiones estigmatizado como extremista y utópico, como si los liberales nos caracterizáramos por fabular de espaldas a la evidencia. Se habla incluso de “ultraliberales”. Rara vez se asocia “ultra” a socialistas, populistas o comunistas, de cuyo extremismo y falta de realismo sobran las muestras.
¿Qué clase de liberalismo compartían Smith y Hume? Dice Rasmussen que eran liberales pragmáticos: “secundaron los ideales básicos de la tradición liberal, pero subrayaron también la importancia de la moderación, la cautela, la flexibilidad, y la necesidad de atender al contexto cuando esos ideales son llevados a la práctica”. Esta posición es clave para no perderse en las excepciones que plantearon ante el mercado libre, sobre todo en el caso de Smith, que no era un liberal a ultranza ni mucho menos, como apuntó Jacob Viner en el Journal of Political Economy ya en1927.
Pero una cosa es ser pragmático y otra cosa es carecer de principios: a menudo cuando hablamos de un político pragmático nos referimos a que es un oportunista o un demagogo, que ajusta sus mensajes a las circunstancias de cada momento. Desde luego, no era así en el caso de estas grandes figuras de la Ilustración escocesa, y acaso no debería serlo en el caso de los liberales de hoy en día.
Si buscamos los principios de David Hume y Adam Smith, lo que vemos son principios liberales. Con variados matices, el poso es la creencia en la limitación del poder, en las libertades civiles y en la propiedad privada. Gradualismo sí, pero desorientación no: “Dada la falibilidad de la razón humana, y la compleja y variable naturaleza del mundo político, afirmaban que deberíamos ser precavidos ante los grandes proyectos para restructurar radicalmente la sociedad. Así, aunque defendieron algunas reformas en su tiempo —comercio más libre y mayor tolerancia religiosa, por ejemplo— insistieron siempre en que esos cambios deberían ser aplicados de modo gradual y moderado”.
Dos notas finales sobre el pragmatismo de estos grandes liberales del siglo XVIII. La primera es que, habiendo escrito mucho sobre economía, ninguno de ellos le atribuía la máxima prioridad. En realidad, pensaban que la importancia de la economía radicaba en otros aspectos, en particular en la promoción de la libertad personal. Y la segunda es que los defectos de la realidad no los impulsaban a la fantasía. Así, Adam Smith y Hume reconocieron los problemas de la desigualdad en el mercado, pero ambos coincidieron “en considerar la sociedad comercial como algo inequívocamente preferible a sus alternativas”.