Entre las noticias más leídas de la prensa están las listas de los ricos. Sirven para el cotilleo amable y el insulto ruin, para la admiración y la envidia. En el mundo de la política, la intelectualidad y los medios de comunicación, sirven también para elaborar estadísticas sobre la desigualdad, y para fomentar un amplio catálogo de ficciones, empezando por la consabida de que está muy bien que suban los impuestos si es sobre los asquerosos ricos, el indeseable 1 % de la población. Curiosamente, no suele observarse lo más notable de esas listas, y es que los ricos no son los mismos. Mientras los biempensantes se abren las carnes ante la exuberancia de los opulentos, dejan caer que los ricos no ganan su fortuna, sino que la heredan, perpetuando así unas inicuas dinastías. Y todo es un camelo.
En 1982, cuando empezó la famosa lista Forbes, la familia Rockefeller ocupaba 13 lugares. En 2014 sólo quedaba uno: David. En marzo pasado murió, y no hay nadie de ese apellido en la lista.
El segundo hombre más rico de Estados Unidos en 1918 era Henry Frick, que murió al año siguiente. En 1930 su familia estaba lejos de figurar entre las más ricas. Poco tiempo después desapareció el apellido de cualquier lista, y hoy nadie lo recuerda, salvo por el famoso museo neoyorquino alojado en la que fue su casa.
Los grandes millonarios americanos del siglo XIX fueron Stephen Girard, Stephen Van Rennselaer, John Jacob Astor, Cornelius Vanderbilt, Alexander Stewart, Jay Gould, Frederick Weyerheuser y Andrew Carnegie. Ninguno de sus descendientes ha sido incluido nunca en las listas de Forbes 400.
En suma, lo que les sucede a los ricos es que se enriquecen y también se empobrecen. Lo estudian Robert Arnott, William Bernstein y Lillian Wu en su artículo, “The Myth of Dynastic Wealth: The Rich Get Poorer”, Cato Journal, Vol. 35, Nº 3, otoño 2015, 447-485.
No hay tal cosa como las dinastías de ricos: “La mitad de la riqueza de la lista Forbes 400 de 2014 fue creada de la nada en una generación”. En últimas décadas sólo el 1,5 % de la riqueza total de las 400 familias ha sido heredada, y ella ha sido en su mayor parte disipada. “La acumulación de riqueza no es principalmente el producto de la herencia”, sino de la actividad empresarial. Y además este proceso no es reciente. En 1930 la tercera parte de los ricos eran nuevos ricos. En 2014, ninguna de las mayores treinta fortunas de EE. UU. correspondía a un descendiente de la lista de 1918, ni de 1930, ni de 1957”. Los ricos que heredan son una minoría, y “en ningún caso esa riqueza fue transmitida más allá de dos generaciones”.
Se trata del discurso base de las culturas progres, populistas y clientelistas que tanto daño han hecho y siguen haciendo. Repiten y repiten la gran mentira de que el problema es la desigualdad y esto lo terminan instalando en la cabeza de la gente como una verdad indiscutible. Por supuesto que obvian decir que el problema no es la desigualdad sino la pobreza, que los supuestos abanderados del famoso «estado social de derecho» (Pedro Sanchez), suelen extender con sus también famosas «políticas sociales». A nadie le importa la desigualdad. La gentelo no quiere es ser pobre.
Sin duda Carlos Rodríguez Braun es judío por casualidad?
[…] Si la movilidad social ascendente no existiera o fuera tan limitada como él sostiene, entonces las listas de los ricos apenas registrarían variación a lo largo de las generaciones, lo que está lejos de ser el caso. […]
El comentario se responde por sí mismo.
«… En el mundo de la política, la intelectualidad y los medios de comunicación, sirven también para elaborar estadísticas sobre la desigualdad, …» Es casi un compendio de verdad científica. Cualquiera sabe que las listas de ricos son el indicador por excelencia en la prueba irrefutable de predominio incontestable del flujo ascendente de movilidad en el mundo moderno y en especial, lo que es más importante aún, derriba con lógica contundente el mito de la desigualdad.