En el paraíso socialista que imaginó Edward Bellamy en su novela de 1888, Mirando atrás, no hay mercados, ni dinero, ni compras, ni ventas. Existían antes, explica el Dr. Leete, “porque la producción era privada”, pero ahora “la nación es la única productora de todo, con lo que los intercambios entre los individuos no son necesarios”. Hay almacenes públicos donde la gente consigue lo que quiere, presentando una tarjeta de crédito, “correspondiente a su cuota en el producto anual del país”. No hay publicidad, ni vendedores “que induzcan a la gente a comprar lo que no necesita”. Todo el mundo cobra lo mismo, y nadie ahorra, “porque la nación garantiza la alimentación, educación y vida confortable a todos los ciudadanos, desde la cuna hasta la tumba”.
Una burocracia organiza “científicamente” toda la economía, la producción, y hasta el comercio exterior: “Una nación no importa lo que su Gobierno cree que no es necesario para el interés general”.
El edén socialista, la concreción “del viejo sueño de la humanidad: libertad, igualdad y fraternidad”, se alcanza suprimiendo el capitalismo, ese “sistema de empresas no organizadas y antagónicas, un sistema económicamente absurdo y moralmente abominable” marcado por el egoísmo y el despilfarro. Hay un cura cuyo sermón haría las delicias de la Teología de la Liberación, porque despotrica contra el capitalismo decimonónico: “la sociedad comercial e industrial era la encarnación del espíritu anti-cristiano”.
Desde el punto de vista económico, lo más notable es cómo tantos incautos pudieron creer que la supresión del capitalismo daría lugar a la prosperidad general, en vez de a millones de muertos de hambre.
En cuanto a la dictadura política, la otra faceta del socialismo, en la novela se nos asegura que bajo el nuevo sistema prácticamente no hay prisiones: “todos los casos de atavismo son tratados en los hospitales”. Y tampoco hay crímenes, porque ya no estamos en el capitalismo, cuando las fechorías “eran consecuencia de la desigualdad en las posesiones de los individuos”.
Sólo en una ocasión se habla abiertamente de represión, y es cuando el visitante pregunta qué sucede si alguien no quiere trabajar lo que el Estado le demanda, y la respuesta es: “Si rehúsa hacerlo de manera persistente, se lo sentencia a prisión en solitario a pan y agua hasta que cambie de actitud”.
En el resto del libro la violencia es a apenas sugerida, pero resulta aún más escalofriante. Así, se explicita que la organización de la sociedad busca abiertamente su militarización completa, apelando al patriotismo para que todos hagan lo que el Estado espera de ellos. “Es obligatorio para todos, supongo” dice Julian West. Y la explicación del Dr. Leete resume la peor tiranía colectivista: “Más que obligatorio, se da por hecho. Se considera que es algo tan absolutamente natural y razonable, que la idea de que nos están obligando es algo que ya nadie piensa”.
Rousseau en estado puro
El fantasma de Paul Lafarge me dice que esa novela le resulta espeluznante… casi mejor ser un mendigo en una apestosa nación capitalista que ser un reo de conciencia en el paraíso socialista.
¡Desde luego!
Bonito cuento, me recuerda a los sociatas y comunistas jajaja