Huérfanos de ejemplaridades edificantes, el Gobierno y sus socios están decididos a blandir cualquier estandarte pretendidamente progresista, por más cochambroso que sea, con tal de ocultar los deficientes resultados económicos, políticos y sociales de su gestión. Leí en EXPANSIÓN que Yolanda Díaz promoverá la inclusión de sindicalistas en los consejos de las empresas.
Es obvio que pretenderá escudarse en que la medida no es revolucionaria, sino que copia la cogestión germana, que desde hace años la estipula para las empresas con más de 500 trabajadores. El sistema ha sido considerado plausible por otorgar estabilidad a las relaciones laborales, pero también ha sido criticado por dificultar la flexibilidad y adaptación de las empresas a circunstancias cambiantes. En todo caso, la propuesta no tiene nada que ver con los modelos de participación sindical, y tiene todo que ver con la demagogia de presentarse como defensora de los humildes frente a los malvados empresarios, lo que a Díaz le sirve para competir con Podemos en burradas anticapitalistas, y, sobre todo, como digo, desviar la atención del paro en España.
Puestos a promover agendas socialistas, lo más bonito que he visto últimamente es la idea de Javier Milei sobre Aerolíneas Argentinas. Los sindicalistas rechazaron de plano su privatización, y marcharon a la sede de la compañía con una pancarta que ponía: “Aerolíneas es nuestra”. Rápido de reflejos, Milei anunció su disposición a entregar la empresa a los sindicatos. Ante una medida tan progresista, porque como sabe cualquiera la tierra ha de ser para quien la trabaja, y las empresas también, los sindicalistas entraron en pánico. Eso es “descabellado”, protestaron, asegurando que solo se la quedarían si el Estado sigue pagando toda su ruinosa gestión, como hasta ahora. Se les vio el plumero.
Tópicos contra la privatización
Todos los tópicos sobre la imposibilidad de privatizar empresas públicas son ahora agitados en mi Argentina natal. En realidad, como apuntó Adrián Ravier en un artículo para el Instituto Juan de Mariana, no tienen fundamento, porque la privatización de líneas aéreas, si es acompañada de desregulación, ha tenido buenos resultados en Estados Unidos y Europa, con apreciables reducciones de costes e incrementos de frecuencia y calidad de los vuelos. Pero la liberalización es la clave, como señalan dos economistas mentores de Milei, Alberto Benegas Lynch (h) y Martín Krause: “El cambio no se circunscribe a la venta de una empresa estatal ni a su paso a manos privadas, sino al marco regulatorio de la actividad que permite o restringe el funcionamiento del mercado”.
La política de “cielos abiertos” por la que apuesta Milei, y que fue firmemente combatida por el populismo kirchnerista, ya está dando resultados, dice Ravier, con “nuevas rutas aéreas que conectan destinos de la Argentina y otros países”.