El escritor inglés David Gordon Nobbs (1935–2015) saltó a la fama por un personaje que protagonizó dos novelas de éxito, sobre las que se hizo una serie de televisión, también de gran impacto: Caída y auge de Reginald Perrin (1975) y El regreso de Reginald Perrin (1977), que publica en español la Editorial Impedimenta. Son habitualmente consideradas obras anticapitalistas, pero en este caso, como en el de Bartleby, el escribiente, conviene tener cuidado para no meter el pie entre coche y andén.
Hablando de coche y andén, un servicio público que aparece muy a menudo en las novelas de Nobbs es el ferrocarril, y siempre es porque funciona mal y llega tarde. Lo que funciona bien son las empresas privadas, pero Reginald Perrin, un hombre casado de 46 años, no encuentra su vida en la empresa de postres Sunshine Desserts. Decide entonces fingir su propia muerte, y volver a la vida con una identidad falsa, aunque finalmente recupera la suya, igual que recupera el amor de su mujer, Elizabeth, superando también su impotencia.
No parece que la vida en el apacible suburbio de clase media resulte tan terrible, pero el caso es que Reginald decide montar una empresa, y es tan curiosa como los demás episodios de su vida que va narrando Nobbs: la empresa se especializa en vender cosas absurdas, inútiles o directamente repugnantes. Cosas como aros cuadrados o vinos asquerosos.
Un cliente objeta: “¿Qué sentido tiene, entonces?”. Y Perrin responde: “Pues, verá, a tenor de la cantidad de basura que se vende bajo falsos pretextos, yo decidí ser sincero al respecto”. Replica el cliente: “Ahí le voy a dar la razón. Tiene toda la razón. Este vino también es inservible ¿no?”.
Y todo es así, pero al final el cliente compra “meado de comadreja filtrado por un pasamontañas mohoso”. Se ufana el empresario: “Le garantizo descontento total. Pero si por un casual le gusta, le devuelvo el dinero…soy de los pocos vendedores que no es un embaucador…a la gente le encanta derrochar dinero…gran parte de nuestra economía está basada en la obsolescencia programada”.
El objetivo de Reginald es arruinarse, y lo que consigue es un fabuloso éxito empresarial. Contrata a los mayores inútiles, que resultan ser sorprendentemente los más diestros directivos. Perrin planea una nueva desaparición, esta vez con Elizabeth.
No puedo entrar en detalles sobre las graciosas aventuras y desventuras de los personajes, y los diálogos inteligentes y chispeantes.
Ahora bien, no son nada anticapitalistas, por la sencilla razón de que nadie puede creerse que todos los vendedores engañen y que la gente quiera comprar basura porque le encante ser engañada por las empresas o derrochar el dinero en cosas que no le sirven para nada.