En esa burbuja creada por mediación de las autoridades destacó el carry trade: endeudarse en moneda extranjera a tipos bajos para invertir en otras monedas a tipos más elevados, estrategia peligrosa si las monedas de estas inversiones se devalúan con respecto a las divisas en las que hay que devolver los préstamos. Es decir, lo que pasó.
Bagus y Howden explican que los bancos islandeses acometieron esa estrategia por la doble garantía pública implícita (después explícita) del sistema bancario y del tipo de cambio. A eso se sumaba la falsa seguridad de instrumentos financieros como los currency swaps y sobre todo la ola de liquidez que recorría el planeta.
Cuando esta ola se frena, la corona empieza a devaluarse y los bancos ven que se van quedando con activos no líquidos a largo plazo (sus préstamos e inversiones en moneda local), mientras se hace cada vez más difícil obtener liquidez a corto para renovar sus pasivos.
Otro efecto de la expansión fueron las malas inversiones alimentadas por los tipos de interés artificialmente bajos, igual que sucedió en España y otros países. En Islandia hubo abultadas inversiones en el sector del aluminio y la construcción, en ambos casos, como en otras partes, con amplia intervención pública.
Bagus y Howden no eluden criticar el papel de muchos políticos y burócratas internacionales que no se enteraron de nada y tenían la burbuja delante de sus narices (nuestro compatriota Jaime Caruana queda mal en las páginas 62 y 63).
Como es lógico en una burbuja financiera, los mayores beneficios recayeron sobre la banca, que atrajo el mejor capital humano pero también encabezó la extravagancia del dispendio que vivió el país nórdico.
Cuando la burbuja se pincha y empiezan a caer los bancos, el Estado garantizó los depósitos pero, picarón, sólo en coronas. No se pierda el próximo lunes el final de la tragedia.