El pensador tucumano Juan Bautista Alberdi es la figura más importante que tuvo el liberalismo en mi Argentina natal durante el siglo XIX. Y posiblemente después también. Su obra Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina, publicada en 1852, fue determinante en la elaboración de la Constitución del año siguiente. Y su Sistema económico y rentístico de la Confederación Argentina, de 1854, impulsó las ideas liberales que en su concreción ulterior llevaron a una espectacular prosperidad del país entre los años 1880 y 1930.
Se opuso a lo que llamó la “historia vanidosa” de las naciones, que se centra en los hombres y no en las instituciones, y la caracterizó como “narración maravillosa situada fuera del tiempo histórico y protagonizada por personajes de carácter divino o heroico”. Por desgracia, esa historia vanidosa ha prevalecido en el último siglo, en el que los argentinos han sido intoxicados con la fantasía de que el progreso depende de “la intervención mesiánica de uno o más caudillos a lo largo del tiempo”, como denuncia Emilio Ocampo en su notable libro La independencia argentina. De la fábula a la historia (Buenos Aires, Editorial Claridad, 2017), que he podido leer gracias a mi amigo Cástor Cañedo.
Fiel al espíritu alberdiano, Ocampo procura desmontar la historia vanidosa, y lo hace con rigor y con audacia, porque se atreve con el mito más abrumador de los argentinos: José de San Martín, porque la leyenda del célebre general “ha sido funcional al caudillismo que recurrentemente nos aflige”.
El volumen ilustra la complejidad de la situación en América y Europa en esos años convulsos marcados por guerras, invasiones y toda suerte de conspiraciones, entre las que destaca la de Napoleón, sus aliados y su hermano José, desde unos Estados Unidos que libraron una guerra contra los británicos en el Pacífico Sur. Desfilan personajes relevantes en la época, desde el almirante Brown hasta el general Brayer, desde Enrique Paillardelle hasta el mito opuesto al sanmartiniano, el de Carlos de Alvear, pasando por la masonería y la diplomacia inglesa.
Y mientras se fue perdiendo el ideal alberdiano de maximizar las ideas de la libertad de Adam Smith, y minimizar la divinización de los militares, se fue construyendo una historia fabulosa de próceres que crearon repúblicas, cuando la realidad fue que “todos los hombres que tuvieron poder e influencia en Sudamérica durante el período que duró la guerra con España intentaron implantar una monarquía con un príncipe extranjero y buscaron la protección de una potencia europea”.
La inmensa mayoría pensaba que los pueblos de América eran incapaces de gobernarse a sí mismos –creían, por cierto, que lo mismo le sucedía a la España de la que anhelaban independizarse–.