Tres notas sobresalieron anoche en el discurso del Rey: su firmeza institucional, su referencia a la soledad de muchos catalanes, y su invocación a la esperanza.
No es ningún secreto que Felipe VI había sido objeto de críticas, que señalaban su pasividad ante la situación en Cataluña. Incluso se llegó a cuestionar su propio papel de monarca de todos los españoles. Quienes así le reprochaban deben ahora reconocer que el Rey ha estado a la altura de las circunstancias.
El monarca no sólo no eludió la cuestión, sino que fue directamente al grano. Tras anunciar los “momentos graves” que vivimos, dijo con todas las letras que las autoridades de la Generalitat pretenden “proclamar ilegalmente la independencia de Cataluña”. Y a continuación resumió la acción de dichas autoridades en los términos más claros y contundentes: “han venido incumpliendo la Constitución y el Estatuto…han vulnerado las normas…deslealtad inadmisible…han quebrantado los principios democráticos…han socavado la armonía y la convivencia de la sociedad…conducta irresponsable…inaceptable intento de apropiación de las instituciones históricas de Cataluña…se han situado totalmente al margen del derecho y la democracia”.
¿Se puede decir más? Sí, y lo dijo: habló de los riesgos para “la estabilidad económica y social de Cataluña y de toda España”, de la “unidad de España”, y del “derecho a decidir” todos democráticamente nuestra vida en común.
El Rey no gobierna, y por tanto no se le pueden reclamar más que criterios que han de informar la acción política. Y dentro de la firmeza de su discurso, expuso esos criterios con claridad. Afirmó que la situación de “extrema gravedad” requiere el “compromiso de todos” en la defensa de los intereses generales, y aclaró que la responsabilidad del Gobierno no sólo es con la Constitución, sino: “asegurar el autogobierno de Cataluña basado en la Constitución y el Estatuto”.
Tras haber amonestado a las autoridades de la Generalitat por haber “menospreciado los afectos” que unen a los catalanes y los demás españoles, se dirigió no solo a todos, como subrayó al comienzo de su alocución, sino concretamente a los catalanes. Insistió en que hablaba para “todos los catalanes” y apuntó al problema vigente: “vivimos en una democracia que ofrece vía constitucionales para defender sus ideas dentro del respeto a la ley”, sin el cual “no hay convivencia”. Dijo que la España constitucional ha de ser un “espacio de concordia y de encuentro”, y se centró en un problema que ha sido objeto de muchos análisis y lamentaciones en los últimos tiempos: la mayoría de catalanes que no son separatistas, y que están, como todos, preocupados “por la conducta de las autoridades de Cataluña”. Sus palabras sobre ellos fueron: “No están solos ni lo estarán”, porque cuentan con el apoyo del resto de los ciudadanos en “defensa de su libertad”. Esto es importante porque resulta indudable que muchos catalanes se han sentido solos, por errores reiterados de los políticos que nos han gobernado durante las últimas décadas.
Reconoció el sentimiento de muchos de “desasosiego y tristeza”, pero terminó con unas palabras de “tranquilidad, confianza y esperanza…son momentos difíciles, pero los superaremos”. Y reiteró “el deseo de millones de españoles de convivir en paz y libertad”, y el “firme compromiso de la corona con la Constitución y la democracia”.
Y ahora ¿qué? Pues ahora, como es evidente, los políticos pueden hacer las cosas bien, o no. No cabe esperar soluciones mágicas ni que los separatistas aplaudan al Rey, al que cubrirán, con parte de la izquierda, de improperios, lógicamente.
Pero don Felipe trazó un ajustado retrato de la situación, y señaló la responsabilidad primordial del gobierno de la Generalitat. Es el marco preparatorio de las medidas que se van a adoptar, y que quiera Dios que se adopten, como dijo el Rey “con serenidad y con determinación” para el camino futuro: “En ese camino, en esa España mejor que todos deseamos, estará también Cataluña”.