Una vez que el Estado se puso al frente de la educación, la combinación de la lógica del poder y el peso hegemónico del antiliberalismo en la política, las ideas y la cultura, invita a la desesperanza, como denuncia Alicia Delibes Liniers en su magnífico libro: El suicidio de Occidente. La renuncia a la transmisión del saber, Ediciones Encuentro.
El poder educativo de los socialistas de todos los partidos, en efecto, fue y es considerable, aunque muchos podrían dar un respingo ante sus consecuencias reaccionarias, porque estando en “contra de unas desigualdades sociales que les resultaban inaceptables en su admiración por la clase obrera, eran incapaces de aceptar que el sueño de esos trabajadores era el ascenso social”. En realidad, procedieron a interceptar dicho ascenso, degradando la educación: “si se quería enseñar lo mismo a toda la población, era preciso bajar el nivel de exigencia académica… Hoy se considera ‘neoliberal’, es decir inadmisible, lo que antaño era un valor indiscutible: el fomento del talento, del esfuerzo y del afán de superación”. Las víctimas del socialismo fueron, como siempre, principalmente las personas más vulnerables.
Sin embargo, hay tres motivos para la esperanza. Primero, porque la característica fundamental del socialismo es que no funciona. Jamás logra los beneficios que promete. El caso más brutal, por supuesto, fue el comunismo, o socialismo caníbal, cuyo bello proyecto se cobró cien millones de trabajadores asesinados. Es seguro que la superación de su sucesor en el progresismo, el socialismo democrático y vegetariano, no va a ser acompañada por el riego torrentoso de tanta sangre proletaria inocente.
En segundo lugar, las mujeres y los hombres libres pueden terminar protestando ante los recortes de sus derechos en nombre de un supuesto e igualitario progreso educativo, y ante la violación sistemática de su libertad y su naturaleza, desde su fe religiosa hasta su “propensión a mejorar la propia condición”, que diría Adam Smith.
Hablando de Smith, el tercer motivo para la esperanza lo incluye Alicia Delibes en su libro, y son las ideas liberales. Incluso cuando todo se jodió, que diría Zavalita. Había un liberalismo que advertía con Goya sobre los monstruos que generan los sueños de la razón, y que desde la escolástica española viajó a los Países Bajos y de ahí, como ha investigado el profesor León Gómez Rivas, al Reino Unido, donde recelaron de Rousseau y previnieron sobre sus riesgos, desde Burke hasta la escuela escocesa de Filosofía Moral.
Vemos, así, desfilar de Tocqueville en adelante a paladines de las personas libres, que desembocan en Arendt, Aron, Hayek, Scruton, Revel y otros. Y también a sus némesis, como Russell y demás genios que desdeñaron a la gente corriente y fueron incapaces de entender la libertad.