Estrabón nunca dijo que una ardilla podía recorrer la península ibérica saltando de un árbol a otro. Y tampoco se vació España de bosques por la desmedida ambición de construir barcos. Estos mitos, sin embargo, son reales en el sentido de que ilustran un aspecto verdadero de la mente humana, como es su reverencia hacia lo natural y su nostalgia de un paraíso supuestamente destruido por la codicia de los hombres.
Para entender cómo somos en realidad resultan paradójicamente imprescindibles los mitos. Lo muestra con destreza David Hernández de la Fuente en Pequeña historia mítica de España, que publica Alianza Editorial.
Con un reconocimiento a Fernando Sánchez Dragó y su Gárgoris y Habidis, que “transitó las sendas de la historia subterránea de otra manera, pero ha sido un estímulo para toda una generación de apasionados por esos temas”, Hernández de la Fuente, tras unas excelentes páginas introductorias sobre la teoría del mito, empieza por “los mitos de las culturas previas a las primeras colonizaciones de la historia antigua, de los íberos, celtas o tartesios anteriores a la llegada de fenicios y griegos”. Aparecen así las figuras arquetíticas de la España antigua, como Hércules, de las que pasa a nombres y hechos históricos, como Viriato y Numancia, la Hispania romana, medieval, moderna y contemporánea. En apretado y brillante resumen, presta atención a la geografía y la literatura, e incluye hasta una “Zoología mítica de España”.
Advierte del peligro del romanticismo nacionalista que hipertrofió la noción del espíritu de los pueblos o Volksgeist, y explica cómo los mitos divergentes “van configurando la percepción de lo español en el imaginario universal de forma ambivalente y plagada de tópicos”. Sobre la presencia musulmana recomienda un “cierto escepticismo ante las visiones simplificadoras”, porque “no hubo modelo ideal de tolerancia”, y por supuesto “la Europa cristiana no era en absoluto iletrada en cuanto al legado clásico”.
Rechaza la visión ingenua y maniquea de la Inquisición, de la conquista de América, y de España como “un país en perpetuo declive y lucha consigo mismo”. Frente a la leyenda negra, recuerda que en el siglo XVI “España era un modelo de éxito, admirado e imitado, aunque de la mímesis a la envidia hay un trecho bastante corto, y de ésta al odio y al prejuicio, también”.
Y así, desde el Lazarillo, el Quijote, la Celestina y Don Juan, hasta los cuentos separatistas, pasando por Carmen, David Hernández de la Fuente refuta el tópico de la excepcionalidad y el retraso de nuestro país, al tiempo que ilustra la complejidad de figuras aparentemente contrapuestas. No me parece casual que cite a menudo a Borges.