Amancio Ortega y otros destacados empresarios españoles y extranjeros, igual que una multitud de personas anónimas de buena voluntad, se han lanzado en ayuda de nuestros compatriotas afectados por la DANA. La ultraizquierda, por su parte, y por supuesto, se ha lanzado en tromba contra Ortega y las empresas, despotricando contra su ayuda libre, porque los ultras no quieren “caridad”, como si cuidar voluntariamente del prójimo fuera malo. Quieren coacción. Pero para ellos el Estado no es realmente coactivo con todos sino contra quien debe serlo: el malvado capital. Por eso insisten en el llamado “poder económico”, y repiten la regla de oro: “quien tiene el oro, pone las reglas”.
La consigna de que el Estado crece por nuestro bien y lo pagan los ricos poderosos es un puro camelo. No hay más poder que el político. Y si los empresarios mandan sobre usted, señora, no es porque sean empresarios sino porque se han aliado con los que mandan de verdad, los gobernantes. Amancio Ortega es el hombre más rico de España y uno de los más ricos del mundo, pero no tiene ningún poder sobre usted. Inditex es una empresa gigantesca, pero no puede obligarla a usted a comprar nada en Zara. Esa es la economía de mercado, señora, donde usted elige pagar o no. Ahora, pruebe usted a no pagar impuestos, para ver la diferencia, y para comprobar quién manda aquí.
Esa realidad es lo que vemos en el comportamiento obsecuente de las empresas que necesitan del poder para subsistir o prosperar, que son muchas, dado el profuso intervencionismo de la curiosamente denominada democracia “liberal”. Por eso ve usted a tantos empresarios en el Foro de Davos y en muchos otros, predicando lo que el poder quiere que prediquen: que hay que oponerse al liberalismo, que no hay que obsesionarse con crear valor para el accionista y con los beneficios, porque lo importante son los stakeholders, y porque la responsabilidad “social” de la empresa es cumplir con lo que la política estipule.
Y todo esto, que podríamos pensar que es reciente, es antiguo, como lo ilustra Niall Ferguson en Dinero y poder en el mundo moderno, 1700-2000 (Taurus). Concluye que no es la economía la que moldea la política sino al revés: “han sido los hechos políticos —sobre todo, las guerras— los que han determinado las instituciones del mundo económico moderno”.
Otra lección que conviene tener presente es que la política no está petrificada. Al contrario, cambia, y a veces de modo muy considerable, para preservar la legitimidad de la coacción. Por eso acentuó desde mediados del siglo XX su salto de la agresión a la redistribución, o del warfare state al welfare state.