La imagen antiempresarial en la cultura es anterior al cine. Por quedarnos en la época moderna, y no remontarnos hasta Virgilio, podemos recordar que Ibsen publicó Un enemigo del pueblo en 1883. En cuanto al cine, la tesis de Larry E. Ribstein es que la crítica no es tanto a las empresas sino a los capitalistas que buscan beneficios con ellas, lo que es paradójico en varios sentidos, empezando por la obvia circunstancia de que el propio cine es una gran industria (“Wall Street and Vine: Hollywood’s View of Business”, Managerial and Decision Economics, junio 2012).
No todos los empresarios son presentados como perversos, pero la palma se la llevan los grandes. En Erin Brockovich hay una empresa grande y mala, pero el despacho de abogados es bueno. También lo son los empresarios de Tienes un email, Batman o La lista de Schindler. También hay un banquero angelical en ¡Qué bello es vivir!, aunque nos quedamos sólo con la imagen bancaria del siniestro señor Potter.
Las empresas como enemigas de la gente aparecen en numerosos films, como El síndrome de China, contra la energía nuclear, siempre mala; sobre contaminación está Acción Civil; sobre tabaco El dilema; sobre farmacéuticas El jardinero fiel (y también El fugitivo); sobre empresas químicas Michael Clayton. La maldad del capitalismo refulge en Wall Street, Pretty Woman, o El lobo de Wall Street; y hay capitalistas criminales como en El Padrino y Casino.
En contraposición, hay empresarios innovadores en El cuarto mandamiento, Tucker: un hombre y su sueño, y El aviador, y mucho antes clásicos como Gigante, Sabrina y Lo que el viento se llevó, con una empresaria mujer, igual que en Memorias de África. Y un retrato amable de las empresas en En busca de la felicidad.
Los cineastas no son en su mayoría marxistas, aunque los comunistas tuvieron propagandistas geniales como Eisenstein; más bien se parecen a los intelectuales descritos por Schumpeter, resentidos con el capitalismo que les da de comer. Concluye Ribstein: “No le sorprendería a Schumpeter que los artistas que trabajan en las formas más capitalistas del arte abriguen el máximo resentimiento”.
Dos notas finales. Una es el propio crecimiento del mercado, que facilita la financiación de proyectos empresariales, también en el cine: “nunca antes ha sido factible financiar el arte a la gran escala de las películas modernas en un mercado impersonal con dinero de personas indiferentes al proceso artístico”. Y, por fin, lo más importante de los mercados: los clientes. Los empresarios del cine no pueden ganar sin los cineastas. Se trata, por añadidura, de un negocio de mucho riesgo, de cuantiosas inversiones y resultados inciertos (cuando no hay subsidios). Por lo tanto, parece razonable pensar que a los estudios no les importará demasiado difundir una imagen negativa de los empresarios…a cambio de un beneficio empresarial.