La campaña electoral ha vuelto a poner de relieve el enorme atractivo de lo que podríamos llamar el tridente antiliberal. Sostiene el profesor Pedro Schwartz que el atractivo del socialismo deriva de tres fundamentos: el aval de la ciencia, la indignación moral y el llamado a la acción (cf. “The Communist Manifesto and the Lure of Scientific Socialism”, https://revistas.ucm.es/index.php/IJHE). Resulta difícil encontrar en los tiempos modernos una ideología que presente una combinación de características cuyo magnetismo resulte más intenso.
El socialismo es un producto paradigmático de la Ilustración continental, cuya evolución iba a dejar atrás todas las cautelas de los ilustrados escoceses a propósito de las limitaciones de la razón humana a la hora de cambiar la sociedad y sus instituciones de arriba abajo. Se impuso, en efecto, la Ilustración más racionalista de quienes defendían que todo puede darse la vuelta racionalmente. Los socialistas de todos los partidos son ejemplo de esa “fatal arrogancia”. Por eso, no es casual que los marxistas se atribuyeran la paternidad del socialismo “científico”, nada menos, y que arrinconaran desdeñosamente a sus rivales de la izquierda con el calificativo de “utópicos”.
Por si fuera poco el arrogarse un fundamento científico para sus propuestas, los socialistas asumieron desde el principio una actitud de soberbia moral: siempre se creyeron, y se siguen creyendo, mejores personas que los demás, con derecho a sentirse moralmente indignados ante los discrepantes y ante cualquier realidad que ellos interpreten como insatisfactoria, cuya lógica se crean capaces de desentrañar, y cuya esencia piensen que pueden transformar siempre a mejor, y siempre quebrantando derechos y libertades de los ciudadanos.
De ahí la importancia que para todas las variantes del socialismo, desde las más vegetarianas hasta las más carnívoras, tiene la subordinación de esos derechos y libertades a consideraciones plausibles de carácter colectivo: no pueden primar nunca para los socialistas la propiedad privada y los contratos voluntarios de la gente. Para ello buscan someterlos en aras de ideales superiores, objetivos alcanzables e imprescindibles, o frente a amenazas inminentes e inabordables desde la libertad individual.
Finalmente, además de la ciencia y la moral, el socialismo tiene el atractivo de la acción, porque todo en él lo impulsa a hacer cosas, sin importarle los costes ni las consecuencias no deseadas ni previstas. No es casual que el último invento de los muy antiliberales Gaspar Llamazares y Baltasar Garzón se denomine: “Actúa”, así, como acción imperativa. Es lógico que actuemos, si sabemos hacerlo, y tenemos autoridad moral, y es siempre para bien si lo hacemos todos juntos. Así termina el Manifiesto Comunista: “Los proletarios no pueden perder más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo por ganar. ¡PROLETARIOS DE TODOS LOS PAISES, UNIOS!”.
Cien millones de trabajadores murieron atrapados por la represión y la hambruna derivados de tan atractivo tridente.