Comentamos el lunes pasado el entusiasmo desbordante del progresismo, habitualmente sobrerrepresentado en la academia y los medios, con el profesor Zucman y otras estrellas del pensamiento único. Es lógico, porque le brindan a una izquierda huérfana de ideas y modelos unas consignas brillantes para apuntalar sus movimientos políticos. La primera y fundamental es que aquí el problema son los ricos.
Dirá usted, qué pereza, otra vez la misma monserga, después de un siglo de historia, en la que se verificó una y otra vez que los anticapitalistas regaron el planeta de sangre y miseria, ¿ahora vuelven con la suma cero y la maldad de la riqueza?
Pues sí, vuelven, pero no con mensajes idénticos. Son malos, pero no tontos. Entonces, en vez de capitalismo hablan de neoliberalismo. Si hablan de capitalismo es para sostener que ellos no quieren aniquilarlo sino reformarlo. Y ahí cuelan las consignas derivadas de la demonización de la riqueza: cada vez hay más desigualdad, la fiscalidad ya no es progresiva, los ricos pagan menos impuestos que los trabajadores, etc.
Como explicó Chris Edwards, del Instituto Cato, esto no parece cierto. El economista James K. Galbraith revisó los trabajos de Saez, Zucman y Piketty, y concluyó que sus datos sobre la desigualdad son “insuficientes, incoherentes y poco fiables”, y se basan en supuestos “más que heroicos” (aquí: https://bit.ly/2JhQh5M). En cuanto a la supuesta falta de progresividad, el economista David Splinter, y también Gerald Auten, han abordado la cuestión, demostrando que en EE UU la tributación es progresiva, y va desde el 12 % para la mitad más pobre del país hasta el 50 % para el 0,01 % más rico, cifras muy diferentes a las de Saez y Zucman, que tienden a inflar los datos de la desigualdad (aquí: https://bit.ly/2Vv1ogr).
Laurence Kotlikoff, profesor de la Universidad de Boston, subrayó que las nuevas estrellas del progresismo cometen tres errores al negar la progresividad. El más importante es que, al centrarse en los impuestos brutos, no netos, ignoran las transferencias sociales, que en su mayoría son recibidas por las personas con relativamente menos recursos. También yerran al medir la progresividad en base anual y no a lo largo de la vida, es decir, ignoran la doble imposición: “la renta ganada, recaudada y ahorrada este año será sometida a tributación en el futuro sobre intereses, dividendos y ganancias de capital”. Esta omisión subestima la presión fiscal sobre los más ricos, cuya propensión al ahorro es relativamente elevada. Por fin, no realizan ajuste por edad, lo que hace aparecer a los mayores como defraudadores, sobre todo a los que han ahorrado más (aquí: https://tinyurl.com/y5smlayu).
El problema no son los ricos, sino cómo se han hecho ricos. Lo veremos pronto.