Las metáforas en economía suelen ser falsas o peligrosas, incluso las de los autores que más nos gustan, como sucede en mi caso con Adam Smith y su famosa “mano invisible”. La metáfora resulta equívoca porque sugiere que hay algo o alguien que organiza los mercados. En ese sentido, Bastiat mejoró al escocés, suprimiendo el sustantivo y centrándose en el adjetivo, en lo inabarcable de los órdenes complejos en las sociedades más avanzadas, en lo que se ve y no se ve: ce qu’on voit et ce que’on ne voit pas (http://goo.gl/ajKRzg).
La historia de esta metáfora es curiosa: se la asocia tanto a Smith que parece que no hubiese hablado de otra cosa, cuando sólo la menciona una vez en cada uno de sus tres libros: La teoría de los sentimientos morales de 1759, La riqueza de las naciones de 1776 y Ensayos filosóficos, publicado póstumamente, pero con su autorización, en 1795.
Sea como fuere, lo cierto es que esta idea fue después notablemente distorsionada por los neoclásicos, que intentaron pintar a Smith (y desvalorizar así al liberalismo) como si hubiese creído en un mercado competitivo ideal y perfecto que sólo en ese caso convierte la actividad individual egoísta y miope en la prosperidad general, lo que es contrario a lo que Smith escribió.
Gavin Kennedy, profesor de la universidad Heriot-Watt en Edimburgo, refiere la historia de esta fábula en su ensayo: “The Myth of the Invisible Hand. A View from The Trenches” (http://goo.gl/C6JTdl). El principal responsable fue Samuelson, que, en su influyente libro introductorio, cuya primera edición es de 1948, habló del “principio místico” de la mano invisible identificándolo con la competencia perfecta, y abriendo la puerta a las cálidas ficciones neoclásicas sobre los fallos del mercado como justificadores del intervencionismo estatal.
Pero Smith no habló nunca del equilibrio de la competencia perfecta y no pensaba en el mercado como un mecanismo asignativo. Lo que hizo fue atacar (con bastantes matices) el mercantilismo y el intervencionismo; en ese contexto cabe situar la metáfora, como una muestra de la intuición de los ilustrados escoceses sobre las consecuencias no previstas ni deseadas, y no como una teoría sobre la optimización del empleo de recursos escasos.
La expresión prácticamente dejó de usarse en economía desde la muerte de Smith en 1790 durante un siglo y medio, hasta que la reinventaron los neoclásicos. Al hacerlo, no solo violaron el pensamiento de Adam Smith sino también su ponderación de la mano invisible. No olvidemos que el escocés era un experto en retórica y entendía de metáforas, además de escribir con cuidado. Como subraya Gavin Kennedy: “si la metáfora de la mano invisible hubiese sido algo tan importante, Smith lo habría dicho. No lo hizo”.
(Artículo publicado en Expansión.)