Como admirador de los trabajos de Stephen Greenblatt sobre Shakespeare, me acerqué ilusionado a su libro El giro: de cómo un manuscrito olvidado contribuyó a crear el mundo moderno, que publicó hace unos años la Editorial Crítica. Perdí, sin embargo, parte de la ilusión con su lectura.
Al catedrático de Humanidades de la Universidad Harvard le precedían no solo su fama sino también los galardones, puesto que el original inglés, titulado The Swerve, se llevó en Estados Unidos el Premio Pulitzer y el Premio Nacional del Libro a la mejor obra de no ficción.
El volumen relata una historia y defiende una tesis. La historia es la del bibliófilo florentino Gian Francesco Poggio Bracciolini, y de cómo descubrió en 1417 en un monasterio alemán una copia de Sobre la naturaleza de las cosas, el poema filosófico de Lucrecio, del siglo I a.C., que llevaba mil años perdido.
Y la tesis es que dicho descubrimiento abrió la puerta al Renacimiento y la Edad Moderna, reintroduciendo las ideas de Epicuro en defensa de la ciencia, la tolerancia, la razón y la alegría de vivir, que habrían sido sepultadas por el oscurantismo católico medieval.
Esta tesis ha sido criticada por los especialistas. El giro, escribió Jim Hinch en Los Angeles Review of Books, “no se merece los premios que obtuvo, porque está lleno de inexactitudes, y se funda en una visión del pasado que rechazan los académicos expertos en el período que estudia Greenblatt…sostener que la cultura clásica fue perdida, ignorada o extirpada en la Edad Media es simplemente falso”.
Las reseñas, incluso las más hostiles, reconocen, eso sí, que el relato detectivesco de las pesquisas de Poggio Bracciolini es muy entretenido, y evoca títulos como El nombre de la rosa o El Código da Vinci. Lo que los eruditos no aceptan, como señaló John Monfasani en Reviews in History, es el “supuesto infundado de que, una vez disponible, el poema subversivo de Lucrecio desplegó su magia y contribuyó de manera central a destruir la cosmovisión medieval y a marcar el inicio de la modernidad”.
Esto es caricatura, prejuicio y mito, porque, según señaló Colin Burrow en The Guardian, “siglos antes del redescubrimiento de Lucrecio, muchos pensadores cristianos, como Dante y santo Tomás de Aquino, que casi no desempeñan papel alguno en la descripción que brinda Greenblatt de la cristiandad en el medioevo, habían incorporado en sus argumentaciones teológicas los análisis del amor y el placer de los filósofos clásicos”.
La reducción de los tiempos medievales al estancamiento intelectual y a un estéril ascetismo masoquista, aunque es contraria a la evidencia (cf. https://bit.ly/3RJ0nPA), es precisamente el mensaje que el libro repite una y otra vez.