En 1888, el socialista estadounidense Edward Bellamy publicó Mirando atrás: 2000–1887, una novela utópica de ciencia ficción que imagina cómo sería un mundo socialista a finales del siglo XX. Tuvo un éxito espectacular, y fue tercera en la lista de los best-sellers de la época, sólo detrás de dos fenómenos como La cabaña del Tío Tom y Ben-Hur. Un texto ingenuo, y escalofriante en su totalitarismo, fue muy influyente (puede verse https://goo.gl/zq0pX3). El codescubridor de la selección natural, Alfred Russel Wallace, dijo que esa novela lo convirtió en un socialista.
Al estilo de Rip van Wrinkle, el clásico de Washington Irving, en Looking Backward: 2000–1887 el protagonista, Julian West, se queda dormido y despierta más de un siglo después, pasando en una noche de 1887 a 2000. Un médico, el Dr. Leete, le explica que ha despertado en un mundo nuevo y maravilloso: el mundo del socialismo.
Ya no prevalecen los feos vicios del capitalismo, porque la desigualdad y la explotación han desaparecido. Ha quedado atrás “esa época donde el dinero mandaba”, y no hay contaminación: “Hace casi un siglo el rudo método de combustión del que ustedes dependían quedó obsoleto”.
El progreso económico ha sido enorme porque el mercado fue suprimido: “Extrañamente tarde en la historia del mundo se comprendió el hecho obvio que no hay actividad más esencial al interés público como la industria y el comercio del que depende la subsistencia del pueblo, y que confiarla a personas privadas, para que sea administrada en beneficio privado es una locura del mismo tipo, aunque vastamente mayor en magnitud, que el depositar las funciones del gobierno político en reyes y nobles, para que las ejerzan para su gratificación personal”.
Los Estados ya no son los letales del pasado, no hay guerras, y todas las necesidades físicas y mentales de los ciudadanos son satisfechas por el Estado, que organiza toda su actividad. Es un Estado honrado: “No tenemos partidos ni políticos. La demagogia y la corrupción son palabras que sólo tienen un interés histórico”.
No hay guerras, ni ejércitos, ni violencia, ni pobreza, ni enfermedad. Y hay educación y empleo para todos. Gracias a haber extirpado el individualismo y establecido por fin el socialismo se ha conseguido un paraíso donde no hay impuestos y los recursos abundan. De hecho, cuando llueve, las aceras se cubren con telas impermeables y nadie se moja. Explica el Dr. Leete: “La diferencia entre la era del individualismo y la era del concierto está bien ilustrada por el hecho de que, en el siglo XIX, cuando llovía, la gente en Boston ponía 300.000 paraguas sobre otras tantas cabezas, pero en el siglo XX ponen un solo paraguas sobre todas las cabezas”.
Ahora bien, de manera inadvertida, Bellamy nos ilustra sobre la característica fundamental del paraíso socialista: realmente, es un infierno. Yo que usted no me perdería este rincón el próximo lunes.