Thomas C. Leonard, en su reciente libro Illiberal Reformers, explica que los primeros economistas progresistas estadounidenses eran antiliberales partidarios de un amplio Estado que regulara la vida de sus súbditos, por su bien.
De ahí el éxito de F.W.Taylor y su “administración científica”, de la que Thorstein Veblen era entusiasta: se trataba de que los expertos ingenieros manejaran las empresas, y también el Estado, pero no los propietarios. Pocos defendían el liberalismo y el individualismo. Esto preparó el New Deal, pero sucedió décadas antes.
En su ansia por organizar la vida social, incluían la economía, pero iban más allá. Aunque se critica el darwinismo social, hubo darwinismo entre los progresistas, como Veblen o Dewey. No creían en la selección natural pero sí en la artificial, y hablaban con naturalidad de seleccionar científicamente a los mejores entre los humanos, igual que se hace con los animales. Charles van Hise, presidente de la Universidad de Wisconsin, declaró: “sabemos lo suficiente sobre la eugenesia como para que, si ese conocimiento fuera aplicado, las clases defectuosas podrían desaparecer en una generación”. Y más de treinta estados impusieron la esterilización obligatoria desde 1907.
Irving Fisher recomendó la mejora hereditaria mediante la prohibición del alcohol, de los inmigrantes y la segregación o esterilización de los unfit. Leonard subraya que en los países católicos estas ideas tuvieron menos éxito, pero la lista de intelectuales anglosajones favorables a la eugenesia es notable: F. Scott Fitzgerald, Jack London, Eugene O’Neill, Virginia Woolf, T.S. Eliot, D. H. Lawrence, Bernard Shaw, Harold Laski, Beatrice y Sidney Webb, El famoso juez Holmes, el gran amigo de los impuestos, dijo: “tres generaciones de imbéciles ya es suficiente”. El biólogo Hermann Mueller, premio Nobel, afirmó que como el capitalismo premiaba con riqueza a los no aptos, era necesario el socialismo para distinguir científicamente a los aptos y los no aptos.
Otra variante de la eugenesia fue la ecología, inquietud que despuntó entonces con la idea de mejorar la naturaleza e impedir la extinción de especies animales, reorganizando todo racionalmente con la intervención del Estado que era, como dijo el famoso economista Richard Ely, “una persona moral”.
En su racismo, se oponían a la libertad de inmigración, y los economistas de la American Economic Association apoyaron la subida del salario mínimo para impedir que los inmigrantes pobres compitieran con los trabajadores locales: al menos no eran buenistas como los que vinieron después, y reconocían abiertamente que el salario mínimo más alto dificultaba el empleo de los más pobres. En la misma línea propusieron medidas de apoyo a las mujeres, que reconocían que dificultaban su contratación y promoción en pie de igualdad con los hombres.
Estas ideas y otras análogas sentaron las bases del progresista Estado de bienestar, siempre sobre la base “científica” de que lo que la gente hace libremente está mal y debe ser corregido por los sabios de arriba, que sí saben lo que conviene al pueblo llano.