En su novela utópica Desigualdad, de 1897, Edward Bellamy critica a los economistas por “analizar la realidad sólo desde la perspectiva de los capitalistas”, y practicar una disciplina que no es “humana”.
Asegura que el problema económico estriba en la falta de demanda a causa de los bajos salarios, cuando subían mucho entonces. Sin nombrarlos, ataca a J.B. Say y W.S. Jevons —“cierto eminente economista inglés concluyó que las manchas solares provocaban los pánicos”. Tampoco menciona a Smith, pero sí la Riqueza de las Naciones, que distorsiona así: “con el único objetivo de instruir a los capitalistas sobre cómo hacerse ricos a expensas de, o como mínimo en total ignorancia del bienestar de sus conciudadanos”. Cita a Malthus: “Aconsejó a los pobres que, para evitar el hambre, no nacieran”. Es notable cómo fue el socialismo el que llevó, con esa misma teoría falaz, al control de la natalidad en su versión más cruel y extendida.
Pero Bellamy no vislumbra ningún defecto en el socialismo; en cambio, en el capitalismo no hay posibilidad de progreso, por el subconsumo, que da lugar a las crisis recurrentes, porque los capitalistas no pagan al trabajador “el equivalente del producto de su trabajo”, uno de los ecos marxistas del libro, igual que el imperialismo por agotamiento de los mercados.
En esa pobreza irresoluble que según él produce el capitalismo, sólo los millonarios pueden embarcarse en “cruceros de placer” —los progresistas hoy están desesperados por la cantidad de trabajadores que desembarcan en nuestros puertos en multitudinarios viajes de turismo por mar.
En el supuesto infierno capitalista todo es mentira y fraude, y paro, por culpa de las máquinas. Y la gran culpa de los economistas es no haber comprendido que no hay economía individual, porque la economía en realidad “necesariamente implica la regulación pública o política de los asuntos económicos en pro del interés general”. Este camelo es para Bellamy es lo científico, mientras que el mercado es la anarquía…
La pretensión científica, típica de los socialistas, recorre este extenso libro de principio a fin. Por ejemplo, según Bellamy, es un axioma “matemático” evidente que cuanto más igualitaria sea la distribución de los bienes, más rápidamente serán consumidos, lo que incrementará la demanda para una mayor producción. “La distribución igualitaria de los productos es la regla que garantiza el mayor consumo posible, y a su vez el estímulo a la máxima producción”.
Dice seriamente que las condiciones de vida de los trabajadores en la Inglaterra del siglo XIX, y también del resto de Europa eran peores que en el siglo XV, cuando había un escaso comercio exterior. Afirma que eso estaba “demostrado por cálculos estadísticos”.
Esa misma supuesta ciencia es la que le hace concluir que el comercio exterior nunca es bueno…¡salvo si es hecho por los Estados!