Leí hace tiempo un interesante reportaje de Lorena Gamarra Saavedra en El Mundo sobre la encuesta anual de Adecco, ¿Qué quieres ser de mayor?, que preguntó a los niños sobre sus soluciones ante las dificultades económicas. Como siempre, lo que dicen los niños revela lo que piensan sus padres, profesores, y demás personas que los rodean. Las respuestas infantiles replicaban la visión pueril prevaleciente en la opinión económica convencional, incluidos entre sus partidarios a bastantes economistas.
Una vieja falacia es interpretar la pobreza como falta de recursos, con lo cual ante la cuestión de cómo arreglar el problema de la pobreza, la mayoría de las personas intuitivamente responden: hay que darle recursos a los pobres. La masa de los políticos y los medios de comunicación repiten esta misma consigna: de ahí el camelo de la ONU y el 0,7 % del PIB, como si realmente la clave del asunto estribara en redistribuir la riqueza y no en crearla.
Pero esa noción, la de la creación de riqueza, no es intuitiva, o al menos no parece serlo para el grueso de la opinión pública, que seguramente daría un respingo si leyera a Amartya Sen, que apuntó que el hambre no se debe a la falta de comida, sino a la falta de libertad. Es la antigua teoría de Adam Smith sobre la importancia del marco institucional para reducir la pobreza.
Pero las respuestas de los niños también son a menudo luminosas. Uno dijo: “Hay que construir un banco más grande donde entre más dinero”. Antes de que usted lo despache como absurdo, recuerde a la cantidad de políticos y economistas que propugnan políticas monetarias expansivas. Otro repitió también el pensamiento único: “quitar un poco de dinero a los ricos y dárselo a los que son más pobres”. Es bonito que haya dicho sólo “un poco”.
Otros fueron entrañables en su ingenuidad, como el que definió así la cola del antiguo Inem: “Es la fila donde la gente consigue trabajo”. Más realista fue el que, a la pregunta, “¿qué es el paro?”, contestó: “Es una persona que trabaja, la despiden y cobra una paga”. No podía faltar esta receta para los males de nuestra economía: “que no haya políticos que roben”.
Termino con mis dos respuestas favoritas. Una característica fundamental del Estado es la promoción de la obediencia y la desactivación de la resistencia popular ante las incursiones punitivas del poder sobre la libertad y los bienes de sus súbditos. Esto encaja con lo que aconsejó un niño catalán de seis años para que las cosas en España vayan bien: “dejar que mandara mi papá”.
Por fin, a otro pequeño encuestado, espejo de liberales, cuando le pidieron que indicara el culpable del paro, no paró mientes y respondió: “Es cuando el Gobierno se queda con el dinero de la gente que trabaja”.