Tumbados los Presupuestos del Gobierno, tituló EXPANSIÓN: “Adiós al hachazo fiscal de Sánchez”. Mientras nos preparamos para la campaña electoral, podemos entretenernos ponderando el éxito que han tenido dos argumentos fundamentales mediante los cuales el Estado logra que la resistencia popular ante sus incursiones usurpadoras no lo amenace seriamente. Me los planteó hace tiempo un amable seguidor en twitter a propósito de otro rincón liberal publicado en estas páginas bajo el título: “los que pagan impuestos” (https://bit.ly/2NUG9Ad). Me escribió lo siguiente: “El Estado asistencial preserva la dignidad de la persona necesitada. La caridad le hace depender del capricho del donante”.
Son dos ideas sólidas, y ampliamente extendidas, que merecen consideración. Empecemos por la dignidad. Parece incuestionable que si una persona necesitada recibe ayuda, su dignidad es preservada. Sin embargo, la clave es que según el antiliberalismo hegemónico esa dignidad exige que sea el Estado quien brinde esa ayuda. Si no es el Estado, no hay dignidad.
Sin embargo, ni es evidente que la ausencia de coacción comporte indignidad, como veremos al examinar el segundo argumento, y tampoco es correcto analizar el Estado sólo desde el punto de vista de sus prestaciones, ignorando sus costes. Digamos, si cuando el Estado nos ayuda, eso preserva nuestra dignidad, lo lógico sería concluir que cuando nos cobra, viola esa dignidad. Recuérdese que el Estado que ayuda es el mismo que recauda, controla, vigila, prohíbe y multa. Todo ello condiciona la dignidad de sus súbditos, y puede quebrantarla.
Por lo tanto, si el Estado salvaguarda nuestra dignidad cuando nos da cosas pero la viola cuando nos las quita, el primer argumento es dudoso, salvo que se demuestre que un caso suma más que el otro, lo que evidentemente no puede ser verdad para toda la población. Si se planteara ahora que la dignidad depende de que lo sea para una mayoría, seguiríamos en terreno pantanoso, el del derecho del poder a vulnerar la dignidad de una minoría.
Vayamos al segundo argumento: si no hay Estado, no hay dignidad porque la ayuda depende del capricho del donante. Capricho es: “Determinación que se toma arbitrariamente, inspirada por un antojo, por humor o por deleite en lo extravagante y original”. Que los seres humanos ayudemos a nuestros congéneres por este motivo es claramente falso. Lo hacemos desde siempre por simpatía o empatía. Y la esencia del asunto es que lo hacemos libremente: eso es lo que no resulta digno para el pensamiento convencional, que sin embargo cree que la coacción sí es digna. La mala prensa de la caridad es la mala prensa de la libertad.
Por fin, si alguien cree que los vanos caprichos son exclusivos de la sociedad civil, y que desaparecen en la política y la burocracia del Estado, entonces es capaz de creer cualquier cosa.