La proclividad a abordar la política con un sesgo antropomórfico es antigua y equivocada. Aunque los súbditos del Estado seamos personas, él no lo es. Repetidamente, el Estado es asimilado a personas e instituciones de la sociedad civil, y tratado como si fuera una familia, una empresa, una Iglesia, una comunidad de vecinos o un club. No es nada de eso.