Si hay una palabra que se ha instalado en el frontispicio del pensamiento único, es la palabra dignidad. Como resultado de la irresistible moralización de la política, somos acribillados con consignas que reclaman con urgencia la generalización de la dignidad. Todo debe ser digno: los salarios, las viviendas, las pensiones, el empleo, todo; hasta la muerte ha de ser digna. Pablo Iglesias llegó a asegurar que aceptar las donaciones de Amancio Ortega resultaba incompatible con “una democracia digna”.