Los mayores enemigos de la libertad se han proclamado demócratas y han recurrido a la democracia para tomar el poder. No es casualidad que cuando había dos Alemanias, y en una los ciudadanos padecían una dictadura comunista, el país se llamaba República Democrática. A estos hechos se une la constatación reiterada de que la democracia puede llegar a conspirar contra las libertades y los derechos de los ciudadanos, puede dar lugar a innumerables controles, multas, regulaciones, vigilancias y prohibiciones. Y de hecho ha desembocado en los mayores niveles de presión fiscal que ha conocido nunca la humanidad. Sin embargo, en vez de reflexionar sobre ello, en vez de poner en valor la democracia de modo que signifique ampliar la libertad de elegir de los ciudadanos, en vez de poner coto a los abusos del poder, se instala el cliché de que todo lo que se haga democráticamente y con consenso está siempre bien.
La democracia desdibujada
Lo primero que se necesita es situar a la democracia en lo que debería ser: una forma de gobierno, no un objetivo. Un medio, no un fin. Es evidente que el fin tiene que ser superior, tiene que ser la protección de los derechos y libertades de los ciudadanos. A veces este fin queda desdibujado cuando se supone que la democracia es el único sistema para recambiar los gobernantes de modo pacífico, cuando Venecia los cambió durante mil años en paz, y en el último siglo hemos visto democracias nada pacíficas.
Tampoco es verdad que los defensores de la democracia lo sean siempre sin tapujos. Nadie aceptaría, por ejemplo, que se votara democráticamente la despenalización de la violación. Asimismo, se admite que algunas decisiones democráticas no se tomen por mayoría simple sino cualificada.
La falacia de la democracia sometida al «poder económico»
Hemos visto ya que es una falacia que la democracia sea impotente frente al supuesto poder económico: al contrario, la democracia ha servido al poder político para crecer como nunca. El problema estriba en que ha crecido sobre la base de conceder a los ciudadanos libertad de elegir para votar, pero a continuación ha recortado su libertad de elegir en numerosos ámbitos, desde su vida privada hasta cómo disponer de sus propiedades. Lo hace con toda suerte de excusas, desde que protege (quebrantándolos) los derechos de los ciudadanos, hasta que los defiende de supuestos “poderes económicos antidemocráticos”, frente a los cuales, como vimos, el ciudadano puede elegir no entregarles su dinero.
A esta confusión democrática se une la idolatría del “consenso”, noción que jamás significa los acuerdos a los que voluntariamente llegan las personas en la sociedad civil. Eso nunca. El jaleado consenso sólo corresponde a los políticos y los oligárquicos grupos de presión que a su socaire medran.
Y así como se da la bienvenida a unos “electores” que eligen cada vez menos, se aplaude un “diálogo social” donde la sociedad no dialoga.
(Artículo publicado en Expansión.)
Muy gracioso lo de República «Democrática» Alemana. Es como lo de Partido «Popular»
Soy muy crítico con el PP, pero si el pueblo lo vota, igual sí es «popular». En cambio, en las «democracias» comunistas eso de que los ciudadanos voten no está bien visto, como usted sabe.
[…] *PUBLICADO EN EL BLOG DE CARLOS RODRIGUEZ BRAUN, 31 DE AGOSTO DE 2013 […]