Todos los estadounidenses son capaces de rastrear el origen de su país hasta la llegada de los peregrinos a bordo del Mayflower a las costas del cabo Cod en noviembre de 1620. Son menos, empero, los que subrayan que un siglo antes otros europeos habían poblado lo que después iban a ser los estados del sur del país.
Agradezco a mi amiga, Pilar Lladó Arburúa, que me haya recomendado la lectura de un interesante libro de Carrie Gibson que realza el papel de España, la América hispana y el Caribe, en la historia de los Estados Unidos: El Norte. La epopeya olvidada de la Norteamérica hispana, Edaf.
El ambicioso proyecto de esta historiadora estadounidense residente en Londres no solo es contar toda la historia sino huir de estereotipos y leyendas negras. Lo consigue. Cubre la historia desde los primeros conquistadores hasta las más recientes tribulaciones de los inmigrantes latinoamericanos que se afanan en llegar a los Estados Unidos, y habla desde la política hasta la gastronomía, desde la religión hasta la guerra, desde el lenguaje hasta los sindicatos, desde la economía hasta la música, desde las grandes ciudades hasta los pueblos de las fronteras, y desde el deporte hasta la literatura. Y los escenarios van desde México hasta Canadá, desde Nueva York hasta Florida, y desde Tejas hasta Cuba.
Argumenta sólidamente su tesis, como resumió en El Cultural Rafael Núñez Florencio: “el legado cultural e institucional de la intervención española en esas latitudes septentrionales es importantísimo, hasta el punto de que la propia nación estadounidense no puede entenderse sin la impronta hispana”.
Por supuesto que hay prejuicios de remotos orígenes que aún perviven, desde el recelo ante la Iglesia Católica hasta la caricaturización de lo hispánico como paradigma de la incompetencia, el atraso y la brutalidad. Lentamente, sin embargo, se despejan los equívocos, como apuntó en Alfa y Omega la propia Gibson: “hay un reconocimiento reciente de que los inmigrantes de América Latina trabajan duro y en trabajos difíciles o mal pagados, que contrasta con el estereotipo de la pereza, extensivo a todos los hispanos católicos”.
The New Yorker elogió el espíritu abierto con el que Carrie Gibson aborda una realidad muy compleja: “Ahora que se presta tanta atención a la construcción de muros, Gibson defiende la opción de desdibujar los límites”.
El retrato que emerge no está exento de conflictos y contradicciones, pero su pluralismo es veraz y atractivo. Cuando evoquemos las luchas por los derechos civiles, convendrá reunir a los afroamericanos con los hispánicos, y recordar que el racismo no margina solo a los primeros.
Concluye Carrie Gibson: “Los hispanos fueron parte del pasado de los Estados Unidos, y serán también parte de su futuro”.