La historia del escritor e ilustrador inglés David McKee, El cochinito de Carlota,es a primera vista tremenda. La tía Jane le regala a Carlota una hucha donde mete una moneda. La niña lo ve absurdo porque no puede sacarla, y entonces el cerdito le habla, porque es una hucha mágica: “si ahorras lo suficiente, se te cumplirá un deseo”.
Carlota ahorra todo lo que le dan hasta que la hucha hace ¡ding! Pero el cerdito la engaña haciendo que desee que él mismo pueda volar; lo hace y se va, advirtiendo: “la vida puede ser muy dura”.
Las ilustraciones tampoco parecen edificantes. En la primera doble página se ven dos robos a turistas, o en realidad tres, porque una señora ha sido aparentemente engañada por una vendedora para que se compre un vestido feo. Hay un niño gamberro que pretende empujar y arrojar al agua a un señor que hace fotos.
Pero allí también empieza una historia: una mujer y un hombre llevan corazones, la mujer en su camiseta y el hombre en una bolsa. Tienen aspecto triste, sobre todo el hombre, y van en direcciones opuestas.
En la segunda doble página hay dos prostitutas blancas, una mujer negra que roba en una casa, un blanco que engaña a una familia de negros en un coche, y la pareja de los corazones ahora marcha en la misma dirección.
En la tercera doble página, aparte de unos blancos que leen el periódico de un negro por encima de su hombro, hay más sugerencias de vida social armónica: una pareja de negros que bailan, y diálogos o comunicación entre dos señoras, y otras personas de razas distintas. La pareja de los corazones continúa en la misma dirección.
En las dobles páginas que figuran después se consolida la comunicación social, aunque hay contratiempos, como la colisión entre dos coches; desaparecen los robos y las prostitutas, y la pareja de los corazones se encuentra.
Una vendedora callejera ahorra en un cerdito igual que el de Carlota. Los perros, antes motivo de conflicto, ahora caminan juntos. La mujer y el hombre de los corazones llevan entre los dos el bolso de él, se sientan frente a la playa y comparten la merienda.
En la última doble página hay más comunicación y afecto, la pareja sonríe y baila en la acera con las manos juntas, y un niño negro guarda sus ahorros en una hucha de cerdito igual que la de Carlota, mientras vuela el cerdito original.
Es un extraño relato con dobles sentidos, como suele suceder con David McKee, pero la moraleja es suficientemente clara: en la sociedad hay buenos sentimientos comunitarios y, sobre todo, y más aún cuando estamos en tiempo de elecciones, no conviene creer todo ni descuidar los ahorros.