Calvin & Hobbes sobre el capitalismo

 

Un episodio de Calvin and Hobbes, la famosa tira cómica que Bill Watterson dibujó entre 1985 y 1995, es mencionado en ocasiones como un resumen crítico del capitalismo (http://goo.gl/GImFM).

La historia es la siguiente. El pequeño Calvin monta el típico tenderete y pretende venderle limonada casera a su vecina y compañera de clase, Susie Derkins. La clave del asunto es que quiere cobrar un precio disparatado: 15 dólares por vaso, que por supuesto Susie se niega a pagar.

Entonces Calvin plantea “argumentos” económicos que su amiga desmonta fácilmente: el precio no está justificado por la oferta y la demanda, porque nadie demanda el bien. Calvin replica que sí hay “demanda”: él mismo demanda beneficios enormes como inversor, y un salario exorbitante como presidente y consejero delegado de su propia compañía unipersonal. No convence a Susie de que adquiera la mercancía (que ella describe así: “has tirado un limón en un poco de agua sucia”), y aún menos cuando le aclara que la mala calidad del producto se debe a que “tengo que recortar gastos de algún sitio si quiero seguir siendo competitivo”. Para colmo, añade que si Susie bebe el potingue y cae enferma no podrá reclamar nada (“¡caveat emptor es nuestro lema!”), y que si respetara las regulaciones sanitarias y medioambientales tendría que cargar un precio mayor. Susie se marcha a beber algo a su casa, y Calvin protesta: “¡Me dejas en paro! ¡Vosotros, la gente contraria a las empresas, sois la ruina de la economía!”. Sin ningún cliente, Calvin acude a su madre y le pide “una subvención”.

Esta divertida historieta explica de forma incompleta el capitalismo. Ante todo, obviamente no puede ser una crítica al capitalismo algo que imagina una situación inconcebible: en el mercado, en efecto, los empresarios no pueden obligar a la gente a que compre y consuma nada, y menos bazofia; mucho menos pueden “demandar” y fijar ellos a su arbitrio el beneficio de su negocio. La reacción de Susie es la del mercado libre: dice que no, y adiós. Y ella no es “contraria a las empresas”, como la acusa falazmente su amigo.

Ningún empresario sensato hará lo que hace Calvin, que es recortar costes mediante una brutal rebaja de la calidad, porque se quedará sin clientes. También es absurdo interpretar el caveat emptor como una patente de corso que autoriza al empresario a envenenar a la gente sin castigo alguno.

Sin embargo, sí hay dos aspectos de Calvin que apuntan al capitalismo intervenido de nuestro tiempo. Primero, las regulaciones efectivamente encarecen los bienes y servicios que consumimos. Y segundo, la subvención es algo que efectivamente reclaman muchos empresarios a “papá Estado”, con la misma lógica pueril de Calvin reclamándosela a su “mamá Estado”.