En vez de explicar la acción de ese poder, se suceden los tópicos antiliberales, como que las hipotecas subprime fueron creadas por el mercado y no tuvieron que ver con el dinero público y las autoridades públicas, o que los bonus son malvados por definición.
Los banqueros cobran mucho, pero Inside Job no dice que es porque cuentan con privilegios sólo posibles por la intervención del poder. Éste es el fallo fundamental de la película: no aclara que el sistema bancario no se entiende sin el poder político; su unión es tan intensa que se ha dicho que forman parte del mismo entramado institucional.
En la película, el poder está fuera del poder: Bernanke no manda, sino que le mandan los banqueros; el bueno de Obama también cayó presa de los financieros. La misma bobada que sueltan aquí sobre Smiley, apresado por banqueros y neoliberales, y no por sus propias contradicciones derivadas de sus intervenciones.
La gente aparece engañada, pero no se explica por quién, como si la burbuja de la construcción no tuviera que ver con las autoridades, sino con los especuladores. Se condena a los economistas por sus conflictos de intereses, y me parece bien, pero sólo si sus actividades no son transparentes. Se habla de la sociedad “desigual e injusta”, como si fueran sinónimos, y se alude al proteccionismo como si fuera benéfico y salvara empleos en vez de destruirlos.
La apertura económica y la reducción de impuestos es denunciada como perversa, salvo para los ricos. Y la fantasía llega a la conclusión de que el banquero es malo ahora, antes no.
Es verdad que hay colusión entre las empresas y el poder, como ya denunció Adam Smith. Pero su lógica no es analizada en Inside Job. Los trapicheos entre banqueros y políticos se resuelven con más libertad. Y lo que se ve al final es la estatua de la Libertad y nos invitan a luchar… contra la libertad.