La imagen habitual de los inmigrantes es que son pobres y poco educados; y que son expulsados, más que atraídos: huyen de la guerra y la miseria. En la Argentina había un añadido: veíamos a los “gayegos” como gente de baja estatura, o “retacones”. Es conocida la correlación entre la evolución de la altura de las personas y la de sus recursos económicos, pero esas imágenes populares, probablemente fruto del prejuicio ante los extranjeros, distorsionan la realidad: los inmigrantes no son ni han sido mayoritariamente analfabetos muertos de hambre.
Los jóvenes negros que trepaban hasta lo alto de la valla de Melilla eran cualquier cosa menos escuálidos alfeñiques, y desde luego no eran ni son de una estatura llamativamente baja. Los españoles que han vivido la llegada de inmigrantes en el último medio siglo saben que ha venido de todo, no necesariamente la mano de obra menos cualificada. Y los “gayegos” decimonónicos que poblaron la Argentina, entre ellos varios tatarabuelos míos, eran en promedio más educados que sus compatriotas que quedaron en España.
Desde hace tiempo los estudiosos vienen observando que lo que llamamos imprecisamente clases medias constituyen el grueso de las migraciones, puesto que los más pobres tienen pocas posibilidades de emigrar, mientras que los más ricos tienen pocos incentivos para hacerlo (cuando yo le preguntaba de niño a mis padres en Buenos Aires sobre si nuestros antepasados españoles habían sido personas nobles y distinguidas, mi madre siempre se reía y respondía: “el duque de Alba se quedó en España”).
Pero, ¿qué decir de la migración más cuantiosa, la que se produce dentro de los países, desde el campo a la ciudad? Tal el objetivo de un reciente trabajo de dos destacados especialistas en historia antropométrica, Dácil Juif, de la Universidad Carlos III, y Gloria Quiroga, de la Universidad Complutense (“Do you have to be tall and educated to be a migrant? Evidence from Spanish recruitment records, 1890-1950”, de próxima publicación en Economics and Human Biology). Con una gran base de datos a partir de las hojas de filiación rellenadas para el reclutamiento en los ejércitos, estudian para ese extenso periodo las características de los movimientos migratorios que se produjeron dentro de España.
Sus resultados apuntan a que desde finales del siglo XIX hasta mediados del siglo XX los españoles que emigraban dentro de su país “eran más altos, probablemente alfabetizados y de un nivel socioeconómico más elevado que quienes quedaban atrás…La selección positiva de los migrantes interiores puede indicar que el efecto atracción era más importante que el efecto expulsión, porque quienes tenían las mejores posibilidades eran los que se decidían a marcharse a lugares más atractivos”.
En suma, en ningún sentido es recomendable mirar a los inmigrantes por encima del hombro, ni siquiera físicamente: igual son más altos de lo que pensamos.