La docuserie Hitler y los nazis: la maldad a juicio, que puede verse en Netflix, está muy bien, salvo porque obviamente pretende advertir al espectador en contra del peligro totalitario que representa Donald Trump.
No exagero. En repetidas oportunidades se subraya que el objetivo del jerarca nazi era “Make Germany Great Again”, y varios analistas estadounidenses han señalado el burdo intento de asimilarlo con el cuadragésimo quinto y próximo cuadragésimo séptimo inquilino de la Casa Blanca.
La serie se presenta como un relato de los juicios de Núremberg a través de la mirada de William L. Shirer, el corresponsal de guerra norteamericano, autor de Auge y caída del Tercer Reich, y de numerosos flashbacks que remiten a los momentos enjuiciados, combinando imágenes y sonidos reales con recreaciones de los protagonistas.
El trabajo del director Joe Berlinger tiene sin duda aspectos excelentes. Expone sin miramientos el horror del nacionalsocialismo, destacando los peligros de esa ideología colectivista, nacionalista, antisemita, xenófoba y anticapitalista. Se esmera en explicar cómo Hitler y sus secuaces distorsionan la memoria histórica y manipulan al pueblo, apelando a nobles sentimientos patrióticos y comunitarios. Es también clara y valiosa su condena a los enemigos de la democracia que desprecian los límites al poder, alegando representar a las mayorías frente a los poderes económicos y mediáticos. Ilustra de modo inquietante cómo los nacionalistas pretenden cambiar la forma de ser, de vivir, de hablar y hasta de comportarse y de saludar.
Las advertencias frente a los totalitarios son siempre convenientes, también en nuestro tiempo, cuando esas tendencias antiliberales están latentes en la izquierda y la derecha.
Sin embargo, el espectador avisado percibirá los fallos del relato, cuando observe que nada crítico se plantea contra el comunismo. “Los soviéticos aparecen como héroes, no como los demonios a los que los aliados comprendieron que era necesario apoyar”. No se mencionan los crímenes soviéticos en Alemania, ni en ninguna parte.
Se celebra la justicia en Núremberg y no se reflexiona sobre por qué será que prácticamente ningún dictador comunista se ha sentado en el banquillo para responder por sus abusos. Igual veremos algún día una serie sobre el mayor éxito propagandístico de la izquierda en toda su historia, a saber, sobre cómo tantos defensores de los derechos humanos y la justicia universal han pasado de puntillas por sus violaciones en los países y por los líderes socialistas.
Trump deja mucho que desear, sin duda, pero no es un antisemita ni un belicista. Apuntó Max Prowant en Law & Liberty.: “Sugerir que Trump es Hitler sirve tanto como equiparar a Kamala Harris con Stalin. Precisamente porque tales comparaciones son groseramente inexactas, devalúan la utilidad de los ejemplos históricos que deberíamos tener siempre presentes”.