Primero juraron que el capitalismo era diabólico para los trabajadores, porque los empobrecía y oprimía: la solución era la revolución socialista, que por fin se impuso en 1917. Cien años y cien millones de trabajadores muertos después, el progresismo dejó de insistir en la maldad brutal del capitalismo. Por muy malo que fuese, resultaba patente que el socialismo real era peor, como dijeron los liberales desde el primer día, y los trabajadores que padecieron el comunismo cuando pudieron quitarse la mordaza. Hasta muchos intelectuales y artistas de izquierdas dejaron de hablar del paraíso comunista…en especial después de la caída del Muro, claro.
Vuelve el discurso antiliberal…
Dirá usted: se acabó la discusión. Nada de eso. El mismo discurso antiliberal dirigido contra el capitalismo, con los mismos argumentos contrarios al mercado y a la propiedad privada, volvió a esgrimirse, económica y políticamente. La izquierda, con su habitual y desdeñosa solemnidad, nos aseguró que el capitalismo (ahora llamado “globalización”) creaba un enorme problema: la desigualdad. Esta fue la consigna: los ricos son cada vez más ricos, y los pobres cada vez más pobres. La desigualdad aumenta en el mundo y provocará, anunciaban, toda clase de cataclismos.