El pensamiento convencional cultiva la ficción de que el Estado es un protagonista sobresaliente en la llamada “lucha contra la pobreza”, abnegado combate que exige que los políticos y burócratas controlen a los empresarios, limiten su libertad y les cobren onerosos impuestos, cuya recaudación después han de redistribuir generosamente hacia los menos favorecidos. Esto es pura propaganda.