Lo bueno de este libro [Comportarse como adultos] es que está tan bien escrito que parece una novela. Lo malo es que no pretende ser una novela, sino la autobiografía política del economista y ex ministro griego Yanis Varoufakis. Y lo feo es que al final el lector puede legítimamente sospechar que, en efecto, se trata de una novela.
Desde la portada misma están señalados los malos, la “troika neoliberal” del Banco Central Europeo, la Comisión Europea y el Fondo Monetario Internacional, que aparecen enfrentados al gran héroe griego, grande de verdad: su foto es casi tan grande como las de Draghi, Juncker y Lagarde juntos.
El número de los malvados aumenta según vamos leyendo, y al final ya son prácticamente todos. Los políticos y funcionarios de casi toda Europa conspiran contra don Yanis, que tiene palabras durísimas contra Dijsselbloem, Moscovici, Schäuble, Merkel, etc. que se confabulan para impedir que los pobres de Europa puedan “recuperar el control de sus vidas económicas”. En serio.
Los banqueros y los empresarios son malísimos, por supuesto, y los políticos de derechas, pero también los socialdemócratas, y los medios de comunicación. Por fin, destino esquivo, los suyos, la izquierda radical de Syriza le da la espalda, y su presidente y amigo Tsipras lo deja caer. Es el triste final de un campeón del pueblo (“una sociedad entera…empezaron a pararme por la calle para darme las gracias”) capaz de ser cursi en su populismo (“un incontestable motín de flores silvestres…maravilloso telón de fondo a la rebelión de un pueblo contra sus acreedores”), y que finalmente es derrotado tras “una larga y solitaria campaña contra los acreedores mejor armados y bien preparados de la historia del capitalismo”. En serio.
En realidad, como subrayó Joseph C. Sternberg en el Wall Street Journal, el libro no es una epopeya sino “una historia de errores, muchos de los cuales fueron cometidos por el propio autor”. Aparte de la ingenuidad política, llama también la atención la escasa y deficiente argumentación económica. No explica qué le pasaba a la economía de su país: ”La permanente debilidad económica de Grecia se explica por su corrupción endémica, mala gestión y falta de inversiones”, como si el gasto público no tuviera más problemas que su escasez; la culpa de todo la tienen los bancos por haber prestado; “resulta muy evidente que cuanto más grande es la austeridad, más bajo es el crecimiento de la renta nacional”, lo que está lejos de ser muy evidente. Es simplistas su explicación del caso de Chipre y su keynesiasnismo cañí de que todo se resuelve con “políticas de crecimiento basadas en la inversión pública por el bien de toda Europa” y creando la inevitable banca pública “para el desarrollo”.
Lo más grave es que no presenta una argumentación solvente para su tesis central: lo importante es no pagar las deudas griegas, para así poder gastar más. Dice que eso es económicamente eficiente y socialmente impecable, pero no lo demuestra. Eso sí, se dedica a insistir en lo malvada que es la oligarquía europea que reclama “todavía más austeridad y un encarnizamiento en la guerra de clases contra los más débiles”, y los acreedores que, asombrosamente, “no tenían la intención de recuperar su dinero”.
En cambio, el volumen es ilustrativo sobre la absurda política internacional, las ridículas peleas por quitar o poner un adjetivo en un comunicado, y sobre las traiciones y venganzas palaciegas, políticas y burocráticas, en las que se ve envuelto. Esto, por cierto, anima la conjetura de que casi ninguno de los muchos personajes que desfilan habría contado la historia igual que Varufakis, como en el viejo cuento de Akutagawa.
Hay varias distorsiones sobre el liberalismo, aunque mi favorita es: “el capitalismo de libre mercado, como ideología, murió en 2008” porque los estados intervinieron y rescataron los bancos con dinero público. En política los disparates también son copiosos; puestos a seleccionar, me quedo con su idea de que Rusia es una mala aliada, pero China es buena, porque en Rusia, agárrese usted, se violan los derechos humanos.
En fin, no hay bibliografía, y no hay índices de nombres ni de temas, lo que es particularmente lamentable en un libro tan extenso. Pero, claro, no los suele haber en las novelas.