Doy la bienvenida a este libro [Los mercados financieros], por tres razones. Primera, está bien escrito. Segunda, describe con un lenguaje sencillo pero preciso a los actores de los mercados financieros, y muchas expresiones e instituciones habituales de la jerga profesional. Y tercera, no se precipita en las apocalípticas ficciones conforme a las cuales la libertad nos aflige y, por tanto, hemos de brindar toda suerte de plácemes a las autoridades que nos prometen la felicidad a cambio de usurpar aún más nuestros derechos. Sigue la estela centropoide del destacado economista Robert J. Shiller (véase una crítica aquí: http://goo.gl/hMgC7) y de tantos otros que aseguran que el mercado está bien…mientras no lo esté.
Esta actitud, vastamente extendida, debe ser tenida en cuenta por los que se apresuren a criticar a Vicente Varó por sus ideas convencionales, verbigracia: la deflación es lo peor; los bancos centrales dan seguridad e impiden los riesgos sistémicos; en la locura de las hipotecas se equivocaron fundamentalmente los bancos y las agencias de ráting; el colapso se debe a la codicia y la desregulación; el crack de 1929 fue creado por la especulación; esta misma actividad en las materias primas comporta ganar dinero jugando con bienes necesarios y puede causar problemas importantes de desnutrición; y el mercado engendró la crisis. Dirá usted: otro antiliberal más de la legión que se ha envalentonado en esta recesión, como en las anteriores. Pues, no. Varó es capaz de apartarse de la ortodoxia y sostener, por ejemplo: el fondo de reserva de las pensiones en España es simplemente más deuda pública; la virulencia de las fluctuaciones en el último siglo en EE UU se debió a la Reserva Federal, que fue creada precisamente para evitarlas; la crisis es responsabilidad de los tipos de interés bajos orquestados por los bancos centrales; los que protestan contra los mercados no han pensado en por qué pueden ellos mismos alimentarse; es absurdo culpar a los mercados libres de la crisis dada la alta injerencia de las autoridades en la economía, el dinero y las finanzas; las agencias de ráting no deberían cobrar de aquellos a los que califican; los fondos de inversión no son vampiros malvados sino uno de los instrumentos más accesibles a inversores y empresas para buscar rentabilidades para su dinero; es necesario impulsar el ahorro privado en fondos de pensiones; y la especulación no puede ser mala porque especulamos casi con cualquier transacción que hacemos en nuestro día a día. Y recoge esta maravillosa declaración de Ben Bernanke justo antes de la hecatombe, que merece estar inscrita junto a la de Irving Fisher en 1929 afirmando que no habría depresión, y la de tantas otras autoridades políticas y académicas que proclaman que el Estado debe intervenir en los mercados porque él sí sabe lo que va a pasar, y los demás no: “No vemos que pueda darse una caída generalizada de los precios de la vivienda en todos los Estados. Es posible que algunos precios se estanquen, pero no una caída generalizada”.