Insólita recomendación de Peter Sloterdijk: que los impuestos sean voluntarios

El filósofo alemán Peter Sloterdijk plantea una insólita propuesta: los impuestos deberían ser voluntarios.

Afirma que la llamada economía de mercado es “un seudónimo para el semisocialismo de economía mixta de la época posterior a la Segunda Guerra Mundial”. No hay capitalismo sino “una cleptocracia de Estado”, mediante a la cual “los Estados modernos agobian a sus contribuyentes con la humillante ficción de que tienen deudas masivas con la caja pública, deudas tan grandes que solo pueden saldar a plazos durante toda su vida”.

Que no le vengan con que los ricos explotan a los pobres: aquí no hay explotación del trabajo por el capital sino “de los productivos por los improductivos”. De esta manera, los Gobiernos “reclaman al año para el fisco no menos de la mitad de todos los éxitos económicos de sus capas productivas, sin que los afectados recurran a la reacción más plausible a esta situación: la guerra civil antifiscalista. Esto significa un éxito político de doma que hubiera hecho palidecer de envidia a cualquier ministro del absolutismo. Sólo se puede explicar por los sentimientos de culpa que nuestra cultura moral sabe inocular en todos los no-pobres”. Y estos no-pobres son millones, al menos la tercera parte de la población.

Rechaza la ficción de que es bueno que el Estado arrebate a los ciudadanos sus bienes, e identifica la redistribución de la renta con el robo, sin que le asusten los catedráticos de Hacienda Pública, que “se comportan con el fisco como los teólogos con la Trinidad”.

Entre tales ideas y otras análogamente escandalosas, como reclamar el fin de las subvenciones y atribuir la crisis económica a “la abstrusa política de bajos intereses de los bancos centrales”, se comprende que muchos comentaristas germanos lo hayan estigmatizado como liberal, neoliberal, ultraliberal, etc.

Dichas críticas, así como los aplausos que Sloterdijk ha recibido desde el lado conservador, prefieren ignorar lo que el filósofo dice de sí mismo, y cuál es el conjunto de su argumentación, que es radicalmente contraria al liberalismo.

El autor no engaña: se confiesa “un socialdemócrata de toda la vida” que no quiere desmontar el moderno Estado social “en modo alguno”; propicia la tributación voluntaria “sin que el sector público hubiera de empobrecerse por ello”, y proclama que los impuestos progresivos “significan una de las consecuencias morales más importantes de la modernidad”.

Peter Sloterdijk apunta a desactivar la mencionada reacción contra los impuestos, que acertadamente detecta larvada, pero creciente e indignada. Para contrarrestarla, son menester unos contribuyente genuinos, es decir, personas que entreguen voluntariamente lo que ahora el poder les arrebata por la fuerza. La violencia no sólo es insuficiente sino que puede resultar contraproducente, y se debe recurrir a la persuasión para que cooperemos con el Estado entregándole lo mismo que ahora, pero con voluntariedad y alegría. Como siempre, la clave antiliberal es la limitación de la propiedad privada, y la editora lo capta perfectamente en la introducción: “no tiene sentido que continuemos moviéndonos en la dicotomía de lo propio y lo ajeno”.

Esta escalofriante aniquilación de la libertad, esta nueva versión de La servidumbre voluntaria de Étienne de La Boétie, procedería gradualmente a medida que los súbditos ofreciéramos menos y menos resistencia, hasta que “donar para el bienestar común podría transformarse así con el tiempo en un hábito psicopolítico consolidado”. Los impuestos no sólo nunca bajarían sino que podrían subir, “cuando las condiciones climáticas colectivas lo permitan”. Pero, claro, ya no serían impuestos odiosos sino regocijadas “propuestas de contribuciones”. Ya todos amaríamos al Gran Hermano.