La crisis actual, como la de los años 1930, ha envalentonado a los enemigos de la libertad, que se afanan por colar la estafa de que nuestros males derivan de que hemos sido excesivamente libres. En los tiempos de Roosevelt y Mussolini, que tanto se admiraban mutuamente antes de enfrentarse, el pensamiento hegemónico ya era el antiliberalismo que ambos compartían; y los soviéticos (que serían los primeros aliados de los nazis) anunciaron que la hecatombe de Wall Street demostraba la superioridad del comunismo sobre el capitalismo.
Se dirá que proclamar tales cosas después de la caída del Muro de Berlín es más duro, pero en realidad, son otras las durezas a prueba de evidencias. En su prólogo, Carlos Sánchez Mato afirma: “La experiencia nos ha enseñado que lo público funciona mejor que lo privado, es mejor socialmente y, además, más barato”. Tras un comienzo tan poco realista, se impone la conclusión de que la solución es la supresión de la propiedad privada, eso sí, con “control democrático”, lo que este volumen repite machaconamente, como si no supiéramos que el comunismo siempre arrasó vidas y libertades presumiendo de demócrata, como si no recordáramos cómo se llamaba la Alemania que no era democrática.
Pues bien, en la misma línea va el profesor Éric Toussaint en este libro [Bancocracia], cuya insuficientemente cuidada versión española es una deficiencia insignificante frente a su contenido. En efecto, en sus páginas se desprecia por su exagerado liberalismo a todos los gobernantes, desde los conservadores hasta los socialistas, y se asegura seriamente que Rajoy “radicalizó la política neoliberal” de Zapatero, lo que animará el sarcasmo de los contribuyentes españoles. Nunca los Estados han sido más grandes, ni los impuestos, los gastos y la deuda pública más altos, pero don Éric protesta contra el “laissez-faire de los actuales gobernantes”.
Una persona que cree eso puede creer cualquier cosa, como que la única deuda mala es la privada, o que F.D. Roosevelt fue un benefactor público, o que el hambre se debe a la especulación, o que los peores países son Israel y Estados Unidos (salvo Roosevelt), o que el FMI ataca las “conquistas sociales”, cuando no hace más que reclamar que suban los impuestos para preservarlas, igual que hizo, por cierto, Roosevelt.
Hay algunos errores técnicos usuales, como creer que las perturbaciones monetarias y financieras se produjeron a partir de los años 1970, pero que antes todo funcionaba bien, como si el colapso del sistema de Bretton Woods en 1971 se hubiese producido por azar.
Aparte de tópicos, como la consabida ecología, que el socialismo no cuida mejor que el capitalismo, o de dislates marxistas como la lucha de clases o el Estado títere de la burguesía, o de recetas delirantes y totalitarias como la de la autarquía, la liquidación del comercio libre, la expropiación de los planes privados de pensiones, y la fijación política de precios y beneficios empresariales, resulta interesante ver cómo el profesor Toussaint llega en ocasiones a diagnósticos atinados, y lo que sucede a partir de allí.
Por ejemplo, critica con acierto la solidez de Basilea III, y detecta la debilidad estructural del sistema bancario, pero en vez de proponer que se deje competir y quebrar a los bancos protegiendo a los depositantes pide aún más nacionalización. Para evitar la influencia de las empresas sobre la política, denunciada por los liberales desde Adam Smith, recomienda extender aún más la politización de la economía. Y para evitar la socialización de pérdidas aconseja la socialización de todo.