Thomas Frank alega en este libro [Pobres magnates] que nuestros males derivan del mercado, y que estamos perseguidos por los liberales, como piensa casi todo el mundo, desde el Vaticano hasta el Partido Comunista. Primero, pues, la malvada libertad: “hemos pasado por décadas de desregulación, privatización, libre comercio…altar del libre mercado…largas décadas de esfuerzos para reducir la supervisión bancaria…una conversión en masa a la teoría del libre comercio…evangelio de la desregulación…demolición del Estado supervisor…la civilización basada en el mercado libre”. Vamos, que usted no ha pagado más impuestos, ni ha padecido más controles, prohibiciones y multas, porque el Estado ha desaparecido, no sé si está claro.
Una distorsión tras otra
Tras distorsionar la realidad sobre el mercado, distorsiona la realidad sobre el Estado. Así como el mercado es el culpable de las burbujas y del paro, mientras que el Estado es un ente abnegado que paga pensiones, asegura Thomas Frank que los políticos sólo intervinieron en la economía después de la crisis, como si no hubiera habido intervención antes. Su idolatría del intervencionismo llega al dislate de divinizar a F.D.Roosevelt (“cambio superior de valores…búsqueda de una vida de comunidad, y de formas de compartir”, etc.) y al mismo tiempo proclama que la Gran Depresión es “la era que define al liberalismo”.
Dirá usted: no se puede desbarrar más. Pues claro que se puede. Resulta que la derecha (“ultraliberal, populismo de mercado, furia populista”, etc.) es partidaria de bajar los impuestos. A ver si se entera Rajoy. Suma y sigue: las empresas apoyan el liberalismo, vamos, que financian con entusiasmo al Instituto Juan de Mariana.
Así como la derecha es mala malísima, sobre todo el Tea Party, la izquierda es buena buenísima. Y el Estado no tuvo nada que ver con la crisis: de hecho quiso “detener los préstamos hipotecarios fraudulentos”; vamos, que no existen los bancos centrales. Más aún, la primera vez que habla de Fannie Mae y Freddie Mac no aclara que son semipúblicas, y cuando más tarde reconoce su “condición gubernamental”, lo hace en dos notas al pie ¡y elogiando esa condición!
Y lo que usted quiera: los salarios en EE UU han estado cayendo durante “décadas”, la libertad sólo beneficia a los ricos, las pequeñas y medianas empresas no crean empleo: en serio, dice que eso es “un mito”. Y las pymes que piden menos impuestos están engañadas, porque los menores impuestos sólo favorecen (adivínelo, que es fácil) a los ricos.
Por fin, lo que más le molesta a don Thomas es que después todo lo que ha pasado, la izquierda no se ha impuesto en todo el mundo. Y cuando se ha impuesto no se ha impuesto: Obama es un flojo, porque no ha intervenido lo suficiente: no es un Roosevelt sino un…¡Hoover! En fin. La traducción adolece de errores, y sobre todo uno de carácter político francamente asombroso: traduce el “liberal” en inglés por el “liberal” en español, cuando su significado es justo el opuesto, lo que da lugar a situaciones que resumen el libro: son a la vez entretenidas y lamentables.
Le recomiendo el libro: «El maestro Juan Martínez que estuvo allí». De Chaves Nogales. Narra lo que le acontece a un bailaor español en el Kiev, y otros, de la revolución rusa. Antes de estar contaminados por libros como el que comenta. Nos han puesto una muy mala etiqueta. Los liberales son los apestados o los herejes de estos tiempos.
Por cierto narra la hambruna Ucraniana, pero en ningún momento cita que fué inducida adrede por el padrecito Stalin, benefactor del asesinato.
No viene al caso pero le estoy dando vueltas a lo que me enseñaron, hace mucho, sobre la ecuación de que lo producido va a ahorro o a consumo. Y luego la teoría del equilibrio entre ahorro e inversión y los ciclos económicos. Los economistas lo exponen siempre como flujos determinados y cerrados. Pero yo creo que el ahorro y la inversión en un país es otro tipo de concepto mucho más amplio.
El ahorro es el crecimiento no gastado de nuestra riqueza. (Eludo decir capital) Son los conocimientos, la tecnología, la natalidad, las instalaciones, las infraestructuras, los productos no consumidos, los depósitos y los activos financieros, los servicios que se prestan por trabajos antiguos, etc. (Sería según esto muy elástico el concepto de ahorro; la parte total de la oferta monetaria, decía Rojo, y muchos más bienes) Ya ve, una cosa muy heterogénea.
La inversión, por otra parte, es una cosa que depende de las decisiones de los inversores o del estado. Depende también, claro, del ahorro disponible, y en ese sentido extenso, pero sólo en parte. De hecho los empresarios invierten a tenor de sus ahorros y… de sus bienes. De su riqueza. Y añada sus expectativas.
(Y aquí a hablar del crédito y de los encajes y la moneda fraccionaria)
Pero esa inversión tiene ya poco que ver con la noción tradicional de ahorro. Tiene que ver con la situación y expectativas de la economía y con la riqueza total de cada nación. No sé si esto está descabellado, si ya está inventado o qué. Pero no es el modelo del liberal de Huerta de Soto del que acabo de ver un vídeo en el que aboga por la identidad cuantitativa: el ahorro, y en su sentido restringido, es lo que debe ir a la inversión. Ni más, ni menos. Una identidad pura y simple.
Este modelo que esbozo sería mucho más amplio, complejo, etc. Pero creo que explica muchas más cosas.
Lamento la extensión, pero tengo mucha curiosidad.
Le pongo lo mismo en L.D. Aquí sigo teniendo curiosidad y más seguridad de que lo va a leer.
Lo leí, es un libro extraordinario.
No estoy seguro de que sea una cosa tan simple. ¿Ha leído la crítica a Keynes de Juan Ramón Rallo en Unión Editorial? Ahí habla bastante sobre este asunto.