Stiglitz, un extraño salvador del capitalismo

El premio Nobel de Economía, Joseph E. Stiglitz, es un ilustre representante del pensamiento hegemónico, que subraya que el problema grave que nos afecta es el capitalismo. Como los males del capitalismo empalidecen frente al horror que ha representado el anticapitalismo, entonces los políticamente correctos se apresuran a aclarar que ellos no están en contra del capitalismo, sino a favor. Eso sí, como el capitalismo (rebautizado “globalización” o “neoliberalismo”) adolece de innumerables defectos, la tarea pendiente es reformarlo para preservarlo. En esa línea se inscribe este nuevo libro de Stiglitz [Capitalismo progresista, Taurus], que es un extraño salvador del capitalismo: lo quiere salvar de sí mismo, y su recomendación es redimirlo socializándolo.

Este acrobático ejercicio demanda una sucesión de distorsiones, que el Nobel acomete con entusiasmo. Sin decir prácticamente ni una palabra sobre los resultados catastróficos del socialismo real, nos pinta un retrato lúgubre de lo que ha sucedido en el mundo, particularmente en el anglosajón, después de que esa pareja siniestra, Margaret Thatcher y Ronald Reagan, atacaran el paraíso igualitario que les precedió. Los viejos del lugar recordamos que ese paraíso jamás existió, pero nada arredra a Stiglitz, que insiste en que han transcurrido unas décadas oprobiosas en las que bajaron los impuestos y se achicó el Estado por culpa del pérfido “fundamentalismo del mercado”. Incluso los jóvenes del lugar saben que esto es dudoso, pero al autor le interesa llegar al principal demonio, el peor de todos: Donald Trump. Una y otra vez arremete contra el presidente de su país, asegurando que con él no hay manera de que prosperen los norteamericanos, salvo el proverbial 1 por ciento de multimillonarios. Los datos no lo avalan, pero él sigue adelante. Aquí una muestra de su rigor: “Trump no cuenta con un plan para ayudar al país; tiene uno para que los situados en la cúpula continúen saqueando a la mayoría”. Llega a asociarlo con los nazis, seriamente. Y seriamente cabe preguntarse: si Estados Unidos es así, ¿por qué tantos millones de trabajadores están dispuestos a sobrellevar contratiempos y penurias para ir a vivir precisamente allí?

Conviene recordar que el profesor Stiglitz, este salvador del capitalismo, ataca a Bolsonaro, pero derramó elogios hacia la tiranía chavista y hacia el corrupto kircherismo de mi Argentina natal. Una vez Fidel Castro comentó que Stiglitz era más izquierdista que él.

Lo comprueba el lector viendo sus andanadas constantes contra el mercado y las empresas, y sus cánticos en favor del Estado. Típicamente, le echa la culpa de la crisis a los bancos, pero ignora el papel de los bancos centrales; quiere transformar a las empresas tecnológicas en entes “de utilidad pública” e incluso nacionalizarlas; asegura que teme al Gran Hermano, pero solo si es privado.

La pretensión analítica de Stiglitz descansa sobre la idea de que el mercado solo brinda resultados positivos cuando es perfecto, es decir: nunca. Y a partir de ahí desgrana una serie de condenas a las empresas, de estafa, explotación y manipulación, que urgen la intervención correctora del Estado y los sindicatos, a los que no diagnostica imperfecciones insuperables.

Es un extraño salvador del capitalismo, desde luego, alguien que pretende socavar sus fundamentos institucionales, y que asegura que esa salvación pasa por más Estado, más impuestos y más intervención política y legislativa. Y sostiene que así se protegerá la democracia, supuestamente amenazada por el capitalismo, y tendremos por fin justicia y un medio ambiente sostenible y saludable.

El caso de la justicia ilustra cómo su recelo ante el capitalismo es recelo ante la libertad. Stiglitz se muestra molesto porque haya jueces en el Tribunal Supremo de los Estados Unidos que se atrevan a poner algún freno al intervencionismo, porque todos deberían facilitar la extensión del poder político.

Hay que señalar, por último, que su análisis contrario al proteccionismo es en líneas generales correcto. También lo es la traducción, aunque habría merecido una revisión que reparara la extendida confusión entre trillions y trillones, y la errada forma de llamar “economía de subsidio a la oferta” a la supply-side economics.