Michael Lewis, autor de El póquer del mentiroso, aborda este nuevo libro [La gran apuesta] un aspecto de la crisis: los que supieron preverla y actuaron en consecuencia, realizando inversiones “a corto” antes del estallido. Los retratos de los personajes son atractivos y novedosos, porque sus nombres no son muy conocidos, salvo el de John Paulson, que en este libro apenas aparece.
Los productos financieros y las operaciones en que se tradujo esta apuesta son complejos, y el libro en ocasiones se enreda en su naturaleza y funcionamiento, pero esto no es lo más importante que puede objetársele.
Al final, en efecto, el lector entenderá más o menos bien de qué se trata: es como si yo compro un seguro contra el incendio de su casa; esto parece absurdo, salvo que yo sepa o sospeche que su casa se va a incendiar, en cuyo caso cobraré el dinero o le venderé a usted el seguro a un precio altísimo, pero que usted pagará cuando vea las llamas.
Otra cosa que se entiende es que el juego resultaba peligroso: esto de la especulación no es coser y cantar, porque se arriesgan recursos que durante la burbuja especulativa representan pérdidas efectivas de dinero, que suenan francamente estúpidas cuando todo el resto del mundo está ganando; uno de los protagonistas debe dar cuenta ante sus inversores porque “en un año en que Standard & Poor’s había crecido más de un 10 por ciento, él había perdido un 18,4 %”. Sólo ganan, en efecto, si se produce el siniestro.
Lo que no queda claro, por seguir con esta metáfora, es el origen del fuego, y esta es la principal debilidad del libro. Todo parece reducirse a unos hombres necios en el mejor de los casos, y sinvergüenzas en el peor, que no ven venir el cataclismo, y siguen actuando “largos”, como si los precios de los activos, concretamente los inmobiliarios, fueran a continuar subiendo a buen ritmo. Ese origen no es explicado. Se nos dice que a mediados de los 1990 podía haber 30.000 millones de dólares en los llamados préstamos basura, y en 2000 hubo 130.000 millones, de los cuales había 55.000 empaquetados en forma de bonos. Cinco años más tarde, en 2005, había 625.000 millones de dólares en hipotecas basura, y de ellos 507.000 acabaron convertidos en bonos hipotecarios. Y no se sabe por qué.
En los años anteriores a 2007 el apalancamiento de Bear Stearns pasó de 20:1 a 40:1, y el de Merrill Lynch de 16:1 a 32:1. “En California, un recolector de fresas mexicano con una renta de 14.000 dólares y que ni siquiera hablaba inglés recibió hasta el último céntimo del dinero que necesitaba para comprar una casa de 724.000 dólares… Se ideaban complicados productos financieros con el exclusivo fin de prestar dinero a gente que nunca podría devolverlo”. Esto es algo inconcebible sin el poder político sobre las finanzas, encarnado en los bancos centrales.
Y Lewis no explica nunca que la burbuja no fue ocasionada por el mercado sino por una fabulosa expansión de la liquidez orquestada por esos bancos centrales. Sólo una vez se menciona la política de bajos tipos de interés de Greenspan (p. 263) y es para considerarla poco importante frente al mensaje fundamental: la gente ha sido engañada por estafadores del mundo financiero, con lo que cabe concluir que todo se arregla con honradez…y con más intervención, claro, como si la intervención no hubiese estado en la raíz del desastre.