Pedro Tedde sobre el Banco de España y el Estado liberal…más o menos

Después de haber publicado dos notables trabajos sobre los antecedentes del Banco de España, El Banco de San Carlos (1988) y El Banco de San Fernando (1999), Pedro Tedde de Lorca presenta ahora un nuevo estudio [El Banco de España y el Estado liberal (1847-1874)], muy bien documentado y muy bien escrito, como es habitual en él, sobre los primeros años de nuestro banco (ex) emisor.

Toda la historia del Banco de España, como la de todos los bancos centrales, es la historia de una creciente intervención del Estado en el sistema financiero y bancario, de concesión de privilegios y recorte del mercado y la competencia, a cambio de dinero para sus arcas. A pesar de que hablamos de hace un siglo y medio, todo resulta familiar, desde las quejas por la insuficiencia de crédito para la economía hasta los intereses cruzados entre lo privado y lo público, pasando por diversos escándalos de corrupción y la consabida cantinela de que la intervención resulta imprescindible para evitar las crisis, que por supuesto no se evitaron entonces ni después.

Otra regularidad es la fantasía de que Ulises se puede atar a sí mismo, en una dinámica que continúa hasta hoy con la consigna de la independencia de los bancos centrales. Entonces en España se reproducían los debates monetarios británicos, con la propuesta de dividir el Banco de España en dos departamentos, uno de emisión y otro de descuento de papel, en la misma línea de la reforma de Peel del Banco de Inglaterra de 1844. Tanto en el Reino Unido como en España faltó la profundidad de Henry Thornton y la noción crucial de que el control de la emisión de billetes no previene contra las crisis porque la banca puede crear dinero mediante el crédito impulsado por la reserva fraccionaria. También aparecen los fallos regulatorios que desvirtúan las restricciones a la banca, filtrando la expansión monetaria, entonces hacia las llamadas sociedades de crédito, y hoy hacia la shadow banking.

Se destaca la dinámica asimétrica del intervencionismo, que marcó una tendencia perdurable: menos micro y más macro. En el campo monetario, la invasión del Estado sería constante, y se fue cercando la competencia de los bancos privados de emisión, descalificados por Salaverría en 1864 como “feudalismo monetario”.

Esa asimetría se observa en los liberales, muchos de los cuales, entonces como después, estaban más que dispuestos a aplaudir la intervención pública. Ese error trágico se plasmó en su respaldo a la desamortización, que fue sólo un primer paso para la invasión del Estado sobre la propiedad privada de sus súbditos. Un héroe del comercio libre como el catalán Laureano Figuerola aplaudió los impuestos directos frente a los indirectos, en contra de los economistas liberales clásicos, y también el crecimiento de la deuda pública, que los liberales apoyaron en vez de reducir un gasto público que no hizo sino crecer, hasta hoy.

Los liberales podrán derramar emocionadas lágrimas ante la idea de Figuerola de dejar “la elección de las formas bancarias al interés individual, que sabrá elegir las mejores, según las condiciones y circunstancias de tiempo y de localidad”. Acierta Jesús Huerta de Soto al decir que la declaración es de un liberalismo impecable, que “ni siquiera los propios Mises y Hayek podrían haber efectuado de manera más correcta y precisa”. Pero al final no se hace, al final mucho liberalismo y poca libertad, especialmente en el campo monetario. En 1874 se fusionan a la fuerza los bancos emisores provinciales con el Banco de España, al que se concede el monopolio de emisión de billetes en todo el país. A cambio, lógicamente, de más dinero para el Estado.

Y la historia se repite: el Estado siempre gasta los recursos que tiene y más, incluso si son extraordinarios, como los de la desamortización (o la burbuja inmobiliaria), y maneja sus exacciones conforme a los vaivenes de la opinión pública, confiando siempre en que el crecimiento económico aumente la recaudación.

Ya hubo entonces intentos de secesión por parte de políticos catalanes y muchas perturbaciones políticas. Pero Figuerola insistió en 1869: “Que sepa el público entero de la España que hay librecambistas en Cataluña”.