Nueve desastres en políticas económicas

La idea básica de este libro [R.S.Grossman, Error] evoca la pertinente noción popperiana de la asimetría entre el error y el acierto: no hay, en efecto, nada intelectualmente más fértil que el error. Así, cabe saludar al profesor Richard Grossman por su intento de bucear en nueve grandes equivocaciones económicas desde el siglo XVIII y procurar extraer de ellas lecciones provechosas para entender nuestro tiempo, también lastrado por pifias varias en economía.

El libro, asimismo, resulta particularmente brillante y acertado en su crítica al intervencionismo en el comercio. Así sucede en el Error 1: La política imperial británica en Norteamérica, que desmonta la lógica del mercantilismo imperialista; y también en el Error 7: El arancel Smoot-Hawley, que explica tanto los errores teóricos del proteccionismo como las nefastas consecuencias que tuvo el cierre de la economía estadounidense en los años 1930, que por cierto fue una reacción política que no se ha reproducido en la crisis actual, pero que entonces afectó a medio mundo, incluida Inglaterra, la madre del libre comercio, que se cerró sobre sí misma y la Commonwealth en los Acuerdos de Ottawa de 1932.

Es verdad que Grossman aprovecha para dejar caer sus fobias, como la que siente hacia los republicanos, a los que falsamente retrata como si fueran los únicos políticos proteccionistas de EE UU. Pero eso no es óbice para saludar su apuesta librecambista, su análisis de los grupos de presión y el coste de diversos subsidios, en lo que secunda a lo mejor que tiene la economía neoclásica: es difícil encontrar a un economista bien formado que defienda hoy el impedir la competencia en el comercio, tanto exterior como interior.

Pero la economía neoclásica, así como es liberal en los intercambios comerciales, es intervencionista en casi todo lo demás, y lo refleja fielmente este libro. Por ejemplo, en el Error 2, sobre el cierre de los dos primeros bancos centrales de EE UU, no expone ajustadamente el mecanismo de creación de dinero y la inestabilidad que los propios bancos emisores generan; se parece al Keynes del Tract on Monetary Reform, que subraya la hiperinflación de los años 1920, pero dedica el libro a los banqueros centrales. Es Grossman keynesiano en al Error 4: las reparaciones a Alemania, que vuelve a homenajear al economista inglés, y parece justificar el intervencionismo ulterior, y sobre todo en el Error 5: el regreso al patrón oro en la Gran Bretaña de 1925: no presenta adecuadamente el funcionamiento del sistema, pero insiste en que, aunque había funcionado bien a finales del siglo XIX y principios del XX, “fue un desastre absoluto en el período de entreguerras”, como si las propias autoridades no lo hubieran saboteado antes de liquidarlo.

Algo parecido sucede con el Error 8: la década perdida de Japón, y la fantasía de que todo iba bien gracias a “la mano dura de la regulación”, pero después fue mal por culpa de la “liberalización”. En el Error 9, sobre la crisis subprime, reconoce la responsabilidad de la política monetaria pero arremete nuevamente contra los republicanos malvados porque bajaron los impuestos. Los héroes son Keynes y Fisher. Y en el Error 10, el euro, afirma que la crisis demostró que la nueva moneda fue un fiasco, como si no hubiera habido contratiempos en otras latitudes. Pero es buena la argumentación sobre cómo el euro fomentó el endeudamiento más allá de lo que habría sido el caso con monedas nacionales. Y habla de Grecia, claro, y eso que el original inglés es de 2013. En el Error 3: la gran hambruna de Irlanda 1845-52, defiende el liberalismo de Robert Peel pero no el de John Russell, sin aclarar por qué lo condena tanto, y por qué el mercado era tan bueno antes y tan malo después.

Repite tópicos caros al pensamiento único: “el paradigma dominante entre economistas y políticos ha sido la liberalización…en ningún sitio ha sido más evidente que en el ámbito de las finanzas”, como si los Estados y los bancos centrales hubiesen desaparecido. Una cosa y la contraria: el mercado está bien, salvo cuando no lo está, y oponerse a subir los impuestos es “ideología”. Y deplora la “liberalización inoportuna de un sistema financiero estrechamente controlado”.