La libertad tiene que ver con el optimismo, porque cuanto más se extienda la idea de que todo va fatal, más se cargarán de razón el poder y sus amigos para recortar nuestros derechos, por nuestro bien. Muchos creen que no estamos mejor que antes, y que nos amenazan innumerables calamidades. Por eso es oportuno este libro de Johan Norberg [Progreso], que demuestra el progreso “lento, firme, espontáneo” de millones de personas que con libertad mejoraron sus vidas y mejoraron el mundo; un progreso “que ningún líder ni institución o Estado puede imponer de arriba abajo”.
Al revés de lo que nos pregonan desde púlpitos, cátedras y tribunas sin fin, así como el colapso del comunismo ha significado un gran retroceso en la esclavitud, que el anticapitalismo reintrodujo en 1917, hay más democracia que nunca, y más igualdad, no sólo económica sino también social, como saben las mujeres y los homosexuales, también maltratados y discriminados en el mundo anticapitalista.
Al revés de lo que parece, hay menos violencia, y los avances en la salud han sido muy notables. Hoy solo el 14 % de la población adulta no sabe leer ni escribir, cuando en 1820 sólo el 12 % sabía. Este progreso, además, al ser más acentuado en los países pobres, ha sido una de las razones por las cuales la desigualdad en el mundo es cada vez menor. La esperanza de vida también ha aumentado generalizadamente: “Incluso un país como Haití, que es uno de los muy pocos países que es hoy más pobre de lo que era en la década de 1950, ha reducido su tasa de mortalidad infantil en casi dos tercios. Tiene ahora una mortalidad infantil más baja que la que tenían los países más ricos del mundo en 1900”.
Si excluimos algunos tópicos antiespañoles y anticatólicos, que no lo afean más que a muchos otros volúmenes, ese libro es ejemplar en su incorrección política, y en su afán de probar mediante estadísticas que, por ejemplo, los clamores contra el hambre están totalmente infundados: nunca ha habido menos hambre en la tierra, porque, como dice Amartya Sen, en nuestro tiempo el gran creador de hambre no es la falta de comida sino la falta de libertad: por eso la mayor parte de los muertos de hambre en el último siglo la padecieron bajo el comunismo.
Los liberales siempre subrayaron la posibilidad de mejora de la situación de los pobres en un marco de paz, justicia y libertad. Los socialistas, en cambio, negaron siempre esa posibilidad desde Marx, que aseguró que el capitalismo sólo enriquecería a los ricos, empobreciendo a los pobres. Este camelo fue repetido una y otra vez. Gunnar Myrdal anunció en los años 1960 que los países del Este asiático no podrían dejar atrás la pobreza (y le dieron el Nobel junto con Hayek…). Como apunta Norberg, no es necesario ayudar a la gente, basta con no dañarla, o dañarla menos. Casi nueve de cada diez chinos vivían en la pobreza extrema en 1981. Solo uno de cada diez vive así hoy. Y, por primera vez en la historia, en 2012 el PIB de los países en desarrollo superó la mitad del PIB mundial. Se estaba produciendo la mayor reducción de la pobreza nunca vista, y “la desigualdad global ha caído por primera vez en la historia económica moderna”.
Quizá lo que más irrite al pensamiento fofo es que el medio ambiente está cada vez mejor. Se cierra la capa de ozono, y los aires y las aguas están cada vez más limpios en el mundo desarrollado. En 1957 el Támesis fue declarado biológicamente muerto, y hoy tiene más de 125 especies distintas de peces. Y, por cierto, la prevista extinción masiva de especies en el planeta nunca se produjo. Los bosques se extienden en el mundo desarrollado, y también en países importantes del subdesarrollado, como China. Aunque existen problemas ecológicos en los países pobres, su propio desarrollo hace que quieran y puedan acometerlos, como lo hicieron los ricos. A más riqueza, más limpieza. Debido a las filtraciones que antes se producían en el vapor de los combustibles en los depósitos, los coches modernos en marcha hoy emiten menos que lo que emitían los coches de los años 1970 apagados y aparcados.